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Su problema central es su dificultad intrínseca para conceder un espacio social a los no islámicos. Por definición, niegan el pluralismo. Esta característica es especialmente visible en los países árabes, pero no es del todo generalizable. Indonesia y Turquía son ejemplos, aunque en ambos casos la presión social y sobre los no musulmanes y sus derechos presentan unos estándares que serían cuestionados en Occidente. Su reto es cómo afirmar su propia tradición cultural y religiosa sin suprimir la libertad de las otras comunidades. Ciertamente, la solución no puede radicar en la democracia instrumental tal y como se entiende hoy en Europa, ha de buscar su vía, para la que, a pesar de las diferencias teológicas, la Doctrina Social de la Iglesia puede ser una fuente de inspiración.
La segunda cuestión es instrumental. Hace una interpretación de la historia en la que nunca es el agresor y siempre el agredido: Nunca ha hecho ninguna conquista por la fuerza de las armas, aunque ésta ha sido una herramienta básica de su expansión por Oriente Medio y África del Norte. Nunca invadió la península, fue invitado a entrar. Nunca la ocupó, todos eran conversos. No hubo Reconquista sino conquista. En Siria, Egipto, Irak, Irán, Turquía, Líbano, etc. nunca hubo invasión, ni forzaron los pueblos originarios, sino que fue conversión. El Islam nunca ha agredido a los judíos de Israel, y así sucesivamente. Ni un solo ajuste a la realidad, ninguna manifestación de depuración de la memoria. En nombre de Dios, los hombres se han llenado las manos de sangre. Pero la cultura cristiana ha asumido sus responsabilidades históricas muchas veces.
Hemos visto obispos en Europa salir en defensa de los musulmanes, nunca he leído que un líder religioso musulmán hiciera lo mismo por los cristianos, no ya discriminados, sino encarcelados, perseguidos y asesinados.