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Respuesta:
cambio político que afectó las costumbres de los colombianos. El enfrentamiento del pueblo liberal y el pueblo conservador, la primera etapa de la violencia fue un fenómeno que surgió en los años 40 y se prolongó hasta 1953.En 1953 sube al poder Rojas Pinilla y comienza la segunda etapa de la violencia: la guerra entre el gobierno y los «bandoleros», aquellos alzados en armas que, sin representar una ideología política coherente, quedaban como rezagos de la violencia en los campos. No puede negarse que Colombia creyó en Rojas Pinilla durante algún tiempo. Creyó en el helicóptero presidencial, creyó en los espejitos que llevaban detrás la fotografía a todo color del teniente general jefe supremo, creyó en el binomio Fuerzas Armadas-Pueblo.
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1)Durante mucho tiempo en Colombia se decía que "el país va mal pero la economía está bien". A su vez, es lugar común afirmar que el Frente Nacional despolitizó a los partidos tradicionales y promovió el clientelismo que ha sido un factor clave en la gestación de la actual crisis nacional. El libro de Sáenz Rovner proporciona luces para entender estos dos fenómenos que han marcado el desarrollo económico colombiano durante la segunda mitad del siglo XX.
2)Hace 60 años, una generación de colombianos que hoy ronda con pavor los 65 empezaba a vivir la última década de confianza y esperanza verdaderas que atravesó en el país. Eran los años 50, los del apogeo de la radio, los del nacimiento de la televisión, los de la orquesta de Don américo y sus Caribes, los de “Caramelos Crack”, los del lanzamiento del merecumbé, los de “paga Kolcana”
Como muchos decenios, el de los 50 no empezó exactamente en la mitad del siglo sino tal vez hacia 1953, cuando se produjo un cambio político que afectó las costumbres de los colombianos. El enfrentamiento del pueblo liberal y el pueblo conservador, la primera etapa de la violencia fue un fenómeno que surgió en los años 40 y se prolongó hasta 1953. Por eso puede pensarse que los primeros tres años de la década pertenecen en la lógica de la historia, sino en la del calendario, a los años 40.
En 1953 sube al poder Rojas Pinilla y comienza la segunda etapa de la violencia: la guerra entre el gobierno y los «bandoleros», aquellos alzados en armas que, sin representar una ideología política coherente, quedaban como rezagos de la violencia en los campos. No puede negarse que Colombia creyó en Rojas Pinilla durante algún tiempo. Creyó en el helicóptero presidencial, creyó en los espejitos que llevaban detrás la fotografía a todo color del teniente general jefe supremo, creyó en el binomio Fuerzas Armadas-Pueblo.
Después creyó que era necesario tumbar a quien había traicionado esa confianza. Y lo tumbó, en lo que constituyó, al menos sicológicamente, otra muestra de fe del país en sí mismo. En los años 50, Colombia se dio el lujo de creer en Rojas y subirlo, dejar de creer en él y tumbarlo. En los años 50 creyó en el plebiscito, creyó en el voto de la mujer, creyó en defender los periódicos cerrados, en unir en torno a algunas ideas democráticas a los partidos que se daban puñaladas en la década anterior. Creyó en Alberto Lleras, creyó en el Batallón Colombia, creyó en Chapete. En 1963, cuando por una parte fue asesinado John F. Kennedy y, por otra, el bulto de los problemas sociales y económicos desplazó en el país al fantasma de los problemas políticos, terminó la década de los 50. Los colombianos empezamos a dejar de creer.
La radio está prendida ¿En qué creía Colombia hace 30, hace 25 años? Colombia creía, por ejemplo, en la importancia de la radio como medio de distracción. Eran los tiempos del «Miércoles en Opitilandia»: Opitilandia, la tierra bendecida, donde siempre se encuentra de almorzar, donde el juerte guarapo nos convida a gozar su pureza sin igual.
Eran los tiempos del peso Fabricato, que lo podía hacer rico a usted regalándole la fantástica suma de mil pesos. Eran los tiempos del Inspector Philips, que podía visitarlo sorpresivamente en su casa cualquier jueves por la noche y recompensar con regalos su fe en los bombillos Philips.
Colombia creía entonces en la duración de los bombillos. Los domingos había que viajar por la carretera central del norte a comer obleas y almojábanas en Chía o cuchuco en Tres Casitas, y volver en interminable caravana al caer la tarde escuchando »La hora del regreso «, donde las voces privilegiadas de Otto Greiffestein y Julio Nieto Bernal aseguraban que todo iba bien, que era agradable vivir y escuchar música suave.
Por la noche la sintonía se desplazaba al Programa Simpatía, del Tocayo Ceballos, con su sección bomba de «Por algo será».
Colombia creía que mejor mejoraba Mejoral Oriol Rangel interpretaba todos los días, entre semana, Nocturnal Colombiano, con el inevitable pasillo Leonor Martínez de la Torre mantenía en vilo al país con su campaña de «Qué es la cosa»: la pregunta iba, la pregunta venía, la pregunta iba y venía y corría y corría, pero nadie sabía qué era » la cosa”. Tannané, el hijo de Tangará, robaba el oído de los niños a las 5 p.m . y un poco más tarde, «El derecho de nacer» congregaba en torno al aparato de radio a la señora, el señor, la cocinera y la de adentro.
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