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Los relatos que se editan y circulan a partir de una experiencia de viaje operan, en más de un sentido, como mecanismos de traducción de aquellas nuevas culturas y espacios geográficos que solo se vuelven asibles al lector en la medida en que existe entre este y el viajero-testigo ese "saber compartido" definido por Frangois Hartog en su estudio acerca de los escitas (Hartog 2002). Ahora bien, ese proceso de construcción del otro, que Michel de Certeau ubica en el trayecto de ida y vuelta que implica todo viaje y que se manifiesta también en su respectivo relato1, resulta no solamente uno de los rasgos más sobresalientes del relato de viaje en sentido amplio, sino ante todo del relato de viaje producto de la llamada modernidad temprana.
En efecto, en el proceso de expansión ultramarina que Europa inicia a fines del siglo XV el relato de viaje se volvió un recurso eficaz para dar cuenta de nuevos tipos de alteridad al tiempo que, haciéndose eco de otras formas de representación como mapas y relaciones, contribuyó a delimitar el espacio americano en términos geográficos, políticos y culturales. Podría decirse entonces que las primeras impresiones de aquel encuentro de mundos que se inicia con los primeros viajes de descubrimiento, y que para autores como Anthony Pagden son prueba irrefutable del nacimiento de una era moderna2, encontraron en el relato de viaje el medio a partir del cual expresarse. De tal forma, entre los siglos XVI y XVIII, características del relato de viaje en términos generales como el asombro, la maravilla o las expectativas frente al otro posibilitaron la reflexión y la comparación respecto de costumbres y creencias propias y ajenas (Hartog 2002: 205).
Ahora bien, más allá de que para Frangois Hartog sea esta la característica esencial de todo relato de viaje, la diferencia que comportaron los relatos de viaje producidos a partir de las primeras experiencias en el Nuevo Mundo radicó en el hecho de que, tal como ha señalado Michel de Certeau, en la modernidad temprana la escritura y la palabra adoptaron nuevas funciones (De Certeau 1975: 247). A su vez, en términos del historiador norteamericano Stuart Schwartz, la experiencia del viaje en América y las producciones literarias que de ella surgieron implicaron la modificación constante de aquella primera impresión o visión del otro producto del inicial encuentro de mundos. En otras palabras, las representaciones que Europa realizó de los mundos y sociedades no europeos constituyó un proceso dinámico en el que las mismas fueron constantemente modificadas tanto por los contextos de producción como por los objetivos y las percepciones de los actores en juego.
Schwartz (1994) plantea que, entre los siglos XVI y XVIII, el encuentro entre europeos y no europeos no debería ser concebido entonces como el resultado de la simple correspondencia entre aquello que se esperaba hallar y aquello que efectivamente se halló. Antes bien, muchas de las concepciones y expectativas previas debieron reajustarse e incluso descartarse frente a un conjunto de experiencias y encuentros inéditos. En lo que refiere a este último punto, el historiador norteamericano hace particular hincapié en la "tensión dinámica" (Schwartz 1994) existente en el complejo encuentro entre mundos, matizando de tal forma la idea de una transferencia sin equívocos presentada hace ya algunos años por Tzvetan Torodov. En sus términos:
...el proceso fue complicado e inestable. Cualquiera hayan sido los entendimientos y expectativas previas, más allá de lo generalizado que haya estado el entendimiento de 'otros', los contactos en sí causaban reajustes y reevaluaciones en la medida en que cada bando era forzado a reformular sus ideas sobre sí mismo y sobre el otro en vista de acciones imprevistas y posibilidades impensadas. Por lo tanto, una tensión dinámica entre entendimientos previos y expectativas, y nuevas observaciones y experiencias se ponía en marcha con cada encuentro, y era modificada en la medida en que aquellos encuentros cambiaban con el tiempo (Schwartz 1994: 3).
A partir del análisis de la Histoire d'un voyage aux Isles Malouines (1770) del fraile benedictino Joseph Antoine Pernety, el presente trabajo se propone indagar entonces en torno al papel del relato de viaje en la construcción y reproducción de subjetividades, haciendo especial énfasis en la dimensión histórico-cultural de la colonización, las ambiciones de Francia en América y su desempeño en la carrera ultramarina en el transcurso del siglo XVIII. En este sentido, la relectura de un relato de viaje tal como la Histoire d'un voyage aux Iles Malouines y la consecuente restitución de su contexto de producción tienen por objetivo rastrear las distintas construcciones de una otre-dad cultural realizadas por el viajero en su papel de observador y cronista de viaje pero también en su función política de enviado especial de la Corona francesa3.