Respuestas
Qué comían los primeros habitantes del noroeste argentino? ¿Dónde guardaban el agua? ¿Hacían música? ¿Sabían coser? ¿Cuándo se organizaron? ¿Viajaban mucho? Las respuestas, encarnadas en objetos de una perfección sorprendente, están desarrolladas en la muestra "De la Puna al Chaco. Una historia precolombina", que se inaugurará el 25 de abril a las 19.30 en el Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti (Moreno 350) de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
El proyecto ganó en 1997 el concurso de Innovación en Museos de la Fundación YPF. De allí salieron los 100.000 pesos para montar esta exposición arqueológica tan cuidada como atractiva, concebida —tras una investigación colectiva— como una historia social y cultural.
El actual territorio argentino comenzó a poblarse unos 12.000 años atrás. Hace 4.000 años (las piezas más antiguas de la muestra datan de esa fecha), los indígenas del noroeste aún seguían siendo cazadores-recolectores, que encendían fuego mediante frotadores de madera. Aún no conocían la cerámica y guardaban sus alimentos en cestas de trama tan prieta, que también podían contener agua.
"Vivían en ambientes climáticos muy distintos. En distancias relativamente cortas hay ambientes muy diversos, lo que implica diferentes maneras de aprovecharlos y una movilidad permanente", explica Marta Dujovne, secretaria técnica del museo. Esto explica por qué en Inka Cueva (Puna jujeña) se encontraron tejidos en forma de red, realizados con fibras de plantas que no crecen en los cerros.
Hacia el año 1000 a.C. aprendieron a domesticar llamas y a cultivar. A la algarroba y a los frutos del chañar se sumaron el maíz, el maní, los porotos y los ajíes. Tallaron morteros de piedra para moler las semillas. Para almacenar la harina modelaron vasijas zoomorfas y antropomorfas.
La agricultura los hizo sedentarios. Entonces rendían culto a sus antepasados, representados primero por las haucas de piedra y más tarde por los "suplicantes" tallados en piedra. Y en los actos rituales fumaban la semilla alucinógena del cebil, en pipas con forma de llama o de yaguareté.
Hacia el 200 o 300 de la era cristiana, el felino aparece ligado al culto solar. "El Sol es el ordenador del mundo —explica el doctor José Antonio Pérez Gollán, director del museo—. Es representado como un hombre o como un yaguareté, y hacia el 1000 o 1200, con discos de metal labrado".
Los pequeños sitios aldeanos cobraron una organización con rangos sociales que, encabezada por el señor o cacique, establecía accesos diferenciales a los recursos y al reparto de las riquezas. Precisamente, eran los elementos de estatus los principales productos de intercambio entre el Pacífico y la selva, a través de caravanas de llamas que llevaban y traían plumas de colores, caracolas, hebillas y peinetas.
Es la época de la asombrosa cerámica de La Aguada (200 a 800 d.C.), maravillosamente conservada por el museo. Ya en el segundo milenio de nuestra era, los señoríos se harán más inmutables, y la competencia por la posesión de la tierra hará levantar los pucarás (fortificaciones). Crece la producción de metales, para armas, utensilios, adornos y atributos.
Los personajes de mayor rango usan tocados, como un complejo sombrero adornado con crisálidas de mariposas. Los caravaneros, en cambio, llevan un equipo basto: arreos en cuero, ojotas, honda, calabacines para contener alimentos.
Florece la cerámica santamariana, que incluye las urnas funerarias donde entierran a los niños. De este período es una de las perlas de la muestra: la llamada "urna Quiroga", con una figura humana tocando una flauta de pan.
En 1471, el imperio incaico sometió y anexó poblados del noroeste argentino. Para dejar constancia de esta etapa, la exposición incluye piezas del Cuzco, propiedad del museo.
A causa del clima, poco se ha conservado del arte textil. Por eso tienen enorme valor los ponchos que, junto con ojotas pintadas y hermosos cestos, integraban el ajuar de la momia de Angualasto (precordillera sanjuanina), una mujer chamán. Y las pequeñas y coloridas prendas tejidas que vestían a las figuras en miniatura que se utilizaban en los ritos de altura.
La penúltima vitrina muestra la convivencia forzada con los españoles: los tejidos incluyen estrellas y cuadrados, los tallistas se dedican a la imaginería, los plateros graban el Sagrado Corazón.
La muestra se cierra con el registro simbólico de cómo los arqueólogos y antropólogos hicieron conocer la historia precolombina: fotos de peones que trabajaron en las excavaciones, facturas de las compras para las expediciones, viejas cámaras fotográficas, las primeras publicaciones y hasta una caja con ojos de vidrio que empleaban antiguamente los etnógrafos para clasificar a las razas humanas.