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POEMARIOS:
su poemario consiste en introducirlo al lector en los caminos que el recorre, y los lleva de la mano para recitar juntos:
Déjame que te siga
por tus caminos blancos,
déjame que te cuente
lo que dice el silencio,
déjame que desgrane
la música y el verso.
La concepción del amor es universal, por ello nos dice el poeta que ama al amor; insiste en la repetición del verso porque cada vez que lo dice, estrena una dimensión de afecto:
Siento que amo el amor
en el beso blanco de la luna,
Siento que amo el amor
en la carne nacarada de una concha,
Siento que amo el amor
en la mirada clara de los niños”
El poeta dialoga con la infancia, acometida por la ternura de saberse un ser en intranquilidad de vuelo, en un afán de estrellas que devora con la sensibilidad del alma:
Corrí por los caminos,
como el niño detrás de su cometa,
y fui prendiendo paisajes verdes
en mis pupilas claras;
y en mis días y noches
abiertos de ansiedades
se quedó burilada,
el alma de las cosas.
Lo místico devuelve al amor universal, de saber las cosas y los azares como un don celestial, que habita en su interior y resplandece en la fortaleza de eternizar lo simple y cotidiano en su labor sacerdotal:
¿Qué miraste, Señor, en mi vida
que la transformaste milagrosamente?
¿Qué miraste, Señor, en mi hondura
que vaciaste en ella todo tu poder?
¿Por qué Señor, las estrellas, los
Vientos, las rosas
Palidecen pequeños ante mi poder?
¿Qué miraste, Señor, en mi vida
que la hiciste, tan bella, tan fuerte
como luz refulgente del cielo,
como chispa de tu divinidad?...
su poemario consiste en introducirlo al lector en los caminos que el recorre, y los lleva de la mano para recitar juntos:
Déjame que te siga
por tus caminos blancos,
déjame que te cuente
lo que dice el silencio,
déjame que desgrane
la música y el verso.
La concepción del amor es universal, por ello nos dice el poeta que ama al amor; insiste en la repetición del verso porque cada vez que lo dice, estrena una dimensión de afecto:
Siento que amo el amor
en el beso blanco de la luna,
Siento que amo el amor
en la carne nacarada de una concha,
Siento que amo el amor
en la mirada clara de los niños”
El poeta dialoga con la infancia, acometida por la ternura de saberse un ser en intranquilidad de vuelo, en un afán de estrellas que devora con la sensibilidad del alma:
Corrí por los caminos,
como el niño detrás de su cometa,
y fui prendiendo paisajes verdes
en mis pupilas claras;
y en mis días y noches
abiertos de ansiedades
se quedó burilada,
el alma de las cosas.
Lo místico devuelve al amor universal, de saber las cosas y los azares como un don celestial, que habita en su interior y resplandece en la fortaleza de eternizar lo simple y cotidiano en su labor sacerdotal:
¿Qué miraste, Señor, en mi vida
que la transformaste milagrosamente?
¿Qué miraste, Señor, en mi hondura
que vaciaste en ella todo tu poder?
¿Por qué Señor, las estrellas, los
Vientos, las rosas
Palidecen pequeños ante mi poder?
¿Qué miraste, Señor, en mi vida
que la hiciste, tan bella, tan fuerte
como luz refulgente del cielo,
como chispa de tu divinidad?...
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