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Antropocentrismo. Tal y como ocurrió en el renacimiento, la atención del mundo se centra en el hombre en lugar de en Dios. El ser humano es considerado, razón y pensamiento mediante, como el organizador de su destino, lo cual se traduce en un orden laico, en el que el hombre es capaz de aprender lo necesario para vivir mejor. Nace así la noción de progreso.
Racionalismo. Todo se comprende mediante el filtro de la razón humana y a la experiencia del mundo sensible, relegando las supersticiones, la fe religiosa y también los aspectos emocionales de la psique al lugar de lo oscuro y lo monstruoso. El culto a la racionalidad no contempla con buenos ojos lo desequilibrado, lo asimétrico o lo desproporcionado.
Hipercriticismo. La ilustración emprendió la revisión y reinterpretación del pasado, lo que condujo a un cierto reformismo político y social, que conducirá al deseo de utopías políticas. En este contexto las obras de Rousseau y Montesquieu serán clave en la formulación al menos teórica de sociedades más igualitarias y fraternas.
Pragmatismo. Se impone un cierto criterio de utilitarismo al pensamiento, en el que se privilegia aquello que obedece a un cometido de transformación de la sociedad. Por eso entran en crisis ciertos géneros literarios como la novela y se imponen el ensayo, las novelas de aprendizaje y las sátiras, comedias o enciclopedias.
Imitación. La fe en la razón y en el análisis conduce a menudo a pensar en la originalidad como un defecto (sobre todo en el neoclasicismo francés, sumamente restrictivo) y a pensar que pueden obtenerse obras de arte simplemente deduciendo y reproduciendo su receta constitutiva. En este panorama estético el buen gusto impera y lo feo, lo grotesco o lo imperfecto es rechazado.
Idealismo. Cierto elitismo en este modelo de pensamiento rechaza lo vulgar, como refugio de supersticiones, morales retrógradas y comportamientos indignos. En materia de lenguaje se privilegia el habla culta, se persigue el purismo y se rechazan en materia artística los temas “de mal gusto”
Universalismo. En contra de los valores nacionales y tradicionales que luego exaltará el Romanticismo, la Ilustración se declara cosmopolita y asume una cierta relatividad cultural. Se ve con buenos ojos los libros de viajes, y lo exótico como fuente de lo humano y lo universal. Así se impone también la tradición grecorromana, al considerarla como “la más universal”