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En el cristiansmo, Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, y es en esta premisa donde encontramos dos aspectos importantes que no deben pasar por alto, el primero es que ante la bondad divina, Dios dotó al ser humano de un parecido físico similar al suyo, el segundo aspecto es el que no se dice y es que dotó al hombre de vida pero no de su perfección, haciéndolo vulnerable. En el caso de la religión politeísta grecorromana el hombre parte de una creación divina igual a la suya en apariencia y en debilidad, el único elemento diferenciador es su carácter divino e inmortal y su poder. Así como en el cristianismo Dios es todopoderoso y no dispone de vulnerabilidad, en el Olimpo es la debilidad la que forja el carácter del Dios: Infidelidad, complejos, traición y la capacidad para equivocarse, definen y crean una comunión con el mortal, que sabe dirigir su súplica no sólo por el don divino de cada uno de ellos sino por su trayectoria de errores y aciertos.
Los Dioses erran, toman decisiones contradictorias y marcan el destino humano, es decir, los Dioses toman partido y en ocasiones pierden.
La personalidad está avalada por el don, Hera (Juno) era la diosa protectora de la familia, las madres y las esposas, por tanto su fuerte carácter irá unido a sus mitos: celosa, protectora de los suyos y vengativa con los deslices, Zeus (Júpiter): poderoso, vengativo pero extremadamente infiel, Artemisa (Diana) rebelde, independiente, casta en extremo, protegía a las dulces doncellas de los embistes masculinos, y su personificación refleja un espíritu indomable, Afrodita (Venus) la más hermosa de las Diosas, consagrada al amor carnal, a las infidelidades a la pasión sexual...Todo ello significa, no que cada humano tuviera un Dios preferido al que rendir culto sino que cada situación en la que podía verse un mortal tenía un Dios consagrado, situaciones no individuos.