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Fue en septiembre de 1966. Algún día de ese mes y ese año, Gabriel García Márquez se dirigió a la oficina postal más cercana a su domicilio (vivía en Ciudad de México) para enviar el borrador de su nueva novela. Había trabajado en ella por un año y medio como un enfermo. Tenía 500 hojas. El mismo escritor recordaría que, en ese momento, él y su esposa Mercedes apenas tenían dinero para enviar la mitad.
García Márquez cuenta en sus memorias que regresaron a su casa, empeñaron algunos electrodomésticos y volvieron para enviar el resto. Y así, sin más, se fue Cien años de Soledad a una casa editorial de Buenos Aires.
Al salir de la oficina postal, su esposa pronunciaría una frase en la que depositaba todo lo que acumuló en los últimos 18 meses.
-Lo único que falta ahora es que la novela sea mala.
Es septiembre de 2017. En algún lugar del mundo, alguna persona (además de mí) vuelve a recordar, descubrir o redescubrir una novela que inmortalizó no solo al escritor, sino a toda una región.
García Márquez reivindicó su natal Aracataca con valores que fueron exportables a toda Sudamérica.