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Sin embargo, si bien un libro como Estructuras y funciones del discurso2 ha circulado ampliamente entre maestros innovadores en el área de lenguaje, todos sabemos que no basta con saber explicar las categorías que nos propone este autor si de antemano no tenemos los criterios para seleccionar los textos de lectura que son objeto de trabajo con nuestros estudiantes y provocarlos hacia la producción de sentido, hacia el trabajo con los textos. Estos criterios tendrían que surgir no de los programas estandarizados —es lo peor que le puede ocurrir a un profesor, quien al repetir contenidos estatuidos se despoja de su propia voz—, sino de la competencia crítica que, como lectores expertos, ha de ser inherente al oficio de ser profesor. La competencia crítica que provoca competencias críticas en los otros es, sin duda, el reto de todos los que imaginamos una escuela distinta para una sociedad distinta, en donde el reconocimiento de las diferencias y de los posicionamientos heterogéneos constituye el entramado vital de los grupos sociales y de la formación de comunidad.
Los criterios de selección de los textos —hablo de los textos auténticos y no de los refritos de los libros de texto—, están determinados en énfasis por los que el profesor con actitud innovadora opta en su proceso de formación y, sobre todo, en su trabajo en aula. Estos énfasis se mueven en lo lingüístico o en la dimensión literaria, sin que un campo excluya al otro —se trata de dominantes según sean las competencias de los profesores—.
Los primeros, tienden a seleccionar textos como los periodísticos, los publicitarios, los grafittis, las canciones, las telenovelas, los cómics, etc., con el objeto de auscultar los efectos de sentido que producen en las audiencias estas manifestaciones discursivas de la cultura; en esta posibilidad lo propiamente lingüístico es rebasado por lo que llamamos análisis del discurso y la ganancia intelectual radica en la generación de debates entre los estudiantes y en la apropiación de categorías lingüísticas en contextos significativos.
De otro lado, los profesores atraídos por el fenómeno literario concentran sus criterios de selección en las distintas expresiones del discurso literario .el cuento, el poema, la novela, el drama, el ensayo— y tienden a seleccionar algunas obras para su discusión y para su análisis en profundidad, para desde allí abordar algunas categorías lingüísticas o discursivas, si es el caso, en la perspectiva de la interpretación.
Diría que cualquiera de los énfasis son válidos siempre y cuando provoquen el debate, es decir, la comunicación, tanto en lo oral como en lo escrito, porque el sentido fundamental de la escuela es la confrontación argumentada, oral y escrita, no sólo en los campos de lo humanístico sino en general en todos los ámbitos que conciernen al conocimiento. Las posibilidades de investigación están aquí abiertas para indagar cuándo se logra o no, y cómo, la provocación entre quienes participan en el escenario pedagógico: provocación del profesor hacia sus estudiantes y provocación de los estudiantes hacia su profesor. Por ahora quisiera concentrarme muy brevemente en cómo la literatura puede provocar, o provoca, la escritura.
Así entonces la escritura parece ser un acto doloroso e inspirado destinado a los “creadores”, acto que no pasaría pues por un aprendizaje. Quizás sea esta la razón por la cual la escritura muchas veces es asumida, según, por ejemplo, Alvarado y Setton, como un “ejercicio escolar que prepara a los alumnos para la apreciación estética, inculcando modelos y valores, a través de un método que adquiere características de ascesis moral”.
No parece caber en estos imaginarios la identificación del escritor como un trabajador con el lenguaje, que puede vivir con el oficio del escribir en los múltiples ámbitos de la producción social; es decir, nuestro dilema como profesores está en cómo romper dichos imaginarios para mostrar que escritor no es solo quien “crea” artísticamente sino que lo es todo aquel que produce unos bienes que también son para el consumo —los textos, sean literarios, científicos, políticos, periodísticos, gastronómicos, hemerográficos, etc.—. Se trata de comprender entonces que lo “creativo” no se restringe únicamente a la imaginación poética o artística sino que es una propiedad inherente a la dinámica del pensamiento,3 y esta dinámica es observable en los distintos modos de la oralidad y de la escritura (sea argumentativa-explicativa, propagandística,