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Había una vez….una niña muy pequeña llamada Lucía, que se pasaba horas y horas mirando el firmamento, ya que siempre había querido ver una estrella fugaz pero nunca lo había conseguido.
Su padre a menudo le contaba historias sobre los planetas y las estrellas, y para ella era lo más bonito del mundo. Todas las noches se imaginaba como sería poder viajar entre las estrellas y observar las cosas maravillosas que esconden.
Cuando se iba a la cama y cerraba los ojos se imaginaba surcando el firmamento dentro de su cohete espacial a toda velocidad, mientras veía supernovas, agujeros negros y millones de galaxias diferentes a la nuestra.
Todas las noches, antes de irse a dormir, su padre sacaba el telescopio que había comprado para poder ver todo lo que sucedía en el cielo nocturno, iluminado por todas esas preciosas estrellas. Lucía y su madre se unían a él, y juntos esperaban pacientes a que apareciera una estrella fugaz, pero no conseguían ver ninguna.
Una noche, en la que no pudieron observar el cielo porque su padre estaba ocupado, Lucía se fue a la cama triste pensando que jamás vería una estrella fugaz. De repente, su padre la despertó y dijo:
– ¡Lucía, despierta! ¡Tienes que venir rápido!–
– ¿Papá, qué hora es? Tengo mucho sueño…– le contestó Lucía, medio adormilada.
–Si vienes conmigo lo entenderás todo– dijo su padre
Lucía fue tras él, su padre salió al jardín y allí estaba su madre señalando el telescopio. Lucía miró, y vio lo más impresionante que había visto jamás en su vida. ¡Una estrella fugaz inmensa iluminaba el cielo con una luz muy intensa!
Por un momento, se sintió como si viajara sobre ella y formara parte del universo. Lucía aprovechó ese mágico momento para pedir un deseo que para ella, era más importante incluso que viajar por el universo: que esas noches con sus papás fueran eternas y se repitieran todos los días de su vida.
FIN