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1. El apapacho amistoso…
Pocas cosas en la vida son tan padres como reconocer a las personas que queremos con un fuerte abrazo. ¿Cómo puedes ser amigo de alguien sin tener esos pequeños desplantes de interacción física? Tampoco hay que ser tan encimosos, pero un abrazo de bienvenida no se le debería negar a nadie.
2. Y el apapacho público más intenso.
Muchos extranjeros se sacan de onda cuando llegan a nuestros terruños y ven a las parejitas dándose amor sin miramientos en cualquier rincón de la ciudad. El fajesín en público es una sana costumbre que promueve el amor y mantiene a la chaviza entretenida y alejada de malos pasos. Por ahí dicen que “si lo sabe Dios, que lo sepa el mundo”.
3. La sobremesa extendida.
Aquí la cosa es calmada y si la plática y la compañía lo ameritan, se detendrá el mundo para darle lugar a esos pequeños placeres del momento. El café y el pan son puro pretexto, aunque un pretexto muy rico la verdad, para postergar los momentos de disfrute alrededor de la mesa.
4. Meter diminutivos hasta en la sopa… perdón, hasta en la sopita.
Uno de nuestros sellos característicos en el lenguaje es endulzar todo lo que decimos con el poder mágico del diminutivo. Todos los mexicanos lo hacemos, incluso los amargados que dicen no hacerlo. Es un rasgo cultural que sale a la menor provocación. Hablarle con cariño a las cosas en una muestra de respeto y una forma de hacer la convivencia más cordial. Bájenle dos rayitas a su intensidad y hablen más bonito.
5. Saludar a todo el mundo.
Salir a la calle y sentir que conoces a todo el mundo -aunque ni siquiera sepas sus nombres- por el simple hecho de compartir un “buenos días” cada mañana, genera una sensación de comunidad que es muy característica de México. Reconocemos a nuestros vecinos y nos sentimos más involucrados con nuestro espacio gracias a este pequeño detalle. Creo que es algo que deberíamos tomarnos más en serio, sobre todo en las grandes ciudades donde es común sentirse solo aun estando entre un mar de gente.
6. Comer más comida casera… ya sea que tú la prepares o no.
Cuando no sucumbimos al poder de la garnacha, la comida casera se convierte en nuestro pan de cada día. Ya sea que la cocinemos o la consigamos en la fonda o la cocina económica más cercana, la verdad es que cuando queremos, tenemos una alimentación de primera calidad. ¿Quién se puede resistir al poder de un chile relleno con arroz y frijolitos?
7. Celebrar a la muerte.
Tener un día dedicado a nuestros muertos y a la propia muerte no es cualquier cosa. El Día de Muertos es una parte muy importante de la cultura mexicana y seguramente ha marcado la forma en la que entendemos la vida y la mortalidad como sociedad. ¿Qué sería de nosotros sin nuestros altares y nuestras flores? Debemos estar orgullosos de esta tradición y de su permanencia hasta nuestros días.
8. Hablar con extraños.
¿De qué no hemos platicado con un taxista? El terreno de confidencia en el que se mueven las pláticas casuales del mexicano con los extraños que se cruzan por su camino es perfecto para sacar traumas, poner en orden nuestras ideas, motivarnos en nuestros planes o simplemente para tener una perspectiva completamente ajena sobre algún problema. Me cae que vemos a un psicoanalista en cualquier güey con el que nos cruzamos… y eso está bien padre.
9. El mantenimiento, a pesar de todo, de una gran economía local.
En México se favorece al tianguis y al mercado, a la miscelánea que lleva no sé cuántas generaciones con la misma familia, a las fondas de la esquina y a las garnachas de los vecinos. Aunque en las ciudades hay una mayor tendencia hacia el supermercado y las cadenas de servicios, basta con salirse tantito de los centros urbanos para que estas brillen por su ausencia o que, por lo menos, queden relegadas ante el poder del tianguis de los sábados, donde está lo mero bueno.
10. Tomarse las cosas con calma y darle importancia al momento.
Todas las pequeñas ciudades de México tienen ese parquecito que siempre está lleno de gente que parece no tener mejor ocupación que ver pasar la vida. Muchos los podrían tachar de flojos o de gente sin quehacer, pero creo que están realizando una actividad muy importante: están viviendo y disfrutando del momento. Muchos habrán terminado de trabajar y otros estarán de camino a hacer algún mandado, pero todos decidieron pausar sus actividades un momento para disfrutar de una conversación, un helado o la sombra de un árbol. ¿No se les antoja?
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