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Como ha ocurrido con todos los pueblos y los personajes que han ingresado al mundo de la literatura y especialmente al del celuloide, los vikingos también han sufrido transformaciones en sus características, sus costumbres y su aspecto.
De esta manera aparecen como bestias furibundas, vestidos con pieles y cascos de enormes cuernos, eternamente borrachos y sólo interesados en la matanza y el sufrimiento ajeno.
En los fragmentos del manuscrito de Ahmad ibn-Fadlan, el frustrado embajador que registró sus experiencias con los vikingos en el 921, aparece una de las descripciones más antiguas, aunque en este caso hecha desde los posibles prejuicios de un cortesano habituado a unas costumbres palaciegas de una de las sociedades más refinadas de la época y además enemiga y víctima de los nórdicos:
"Son las criaturas más sucias de Alá. No se lavan ni tras sus necesidades corporales, ni después de mantener relaciones sexuales, ni mucho menos se lavan las manos después de comer".Pero, más allá de la opinión de este árabe, la higiene personal era una tarea importante de la vida vikinga. Dentro de los parámetros de la época, los nórdicos eran muy limpios. Sin los tabúes contra el desnudo propios del cristianismo, los vikingos se bañaban con más regularidad que los integrantes de las finas cortes vecinas y utilizaban cepillos de dientes por lo que tenían la dentadura en mejor estado que el resto de los europeos.
También usaban peines y dedicaban un buen tiempo a arreglarse los cabellos y la barba. El arreglo personal y el uso de finos ropajes eran una forma de conquistar a las mujeres cuando estaban en el extranjero.
Gustaban de las ropas de telas de colores y, a diferencia de su imagen cinematográfica, no usaban pieles para vestirse, excepto los más nobles y los guerreros berserks como elemento distintivo de su condición.
Estos seres altos, de piel blanca y ojos claros donde predominan los cabellos castaños y rubios, más allá de los estereotipos, eran miembros de una comunidad acostumbrada a las dificultades geográficas y climáticas con una fuerte estructura social campesina donde las relaciones y los vínculos familiares eran tan importantes como lo era la poesía o una narración bien contada en los eternos días del invierno.
De espíritu libre e independiente, los vikingos eran esencialmente campesinos que construyeron granjas autosuficientes que les permitían vivir de lo que les daba la tierra, además de lo que conseguían cazando, pescando, comerciando o pirateando.
Una granja podía tener un total de cuarenta personas distribuidas en unas cinco familias y un promedio de treinta edificios. Las viviendas principales eran largas y rectangulares con cimientos de piedra y, según la región, podían tener paredes de madera o de ramas entretejidas y recubiertas de barro. El suelo era de tierra apisonada y a lo largo de las paredes había unas plataformas de madera cubiertas de pieles que servían de asiento o cama. Los edificios comunes eran el establo, la herrería y el almacén.
El bondi o jefe de la hacienda tenía, como signo de su autoridad, un sillón especial sobre una plataforma con pilares tallados con cabezas de dragón, a los que se otorgaba suficiente importancia como para llevárselos siempre que debían comenzar una nueva vida en otro lugar.
De esta manera aparecen como bestias furibundas, vestidos con pieles y cascos de enormes cuernos, eternamente borrachos y sólo interesados en la matanza y el sufrimiento ajeno.
En los fragmentos del manuscrito de Ahmad ibn-Fadlan, el frustrado embajador que registró sus experiencias con los vikingos en el 921, aparece una de las descripciones más antiguas, aunque en este caso hecha desde los posibles prejuicios de un cortesano habituado a unas costumbres palaciegas de una de las sociedades más refinadas de la época y además enemiga y víctima de los nórdicos:
"Son las criaturas más sucias de Alá. No se lavan ni tras sus necesidades corporales, ni después de mantener relaciones sexuales, ni mucho menos se lavan las manos después de comer".Pero, más allá de la opinión de este árabe, la higiene personal era una tarea importante de la vida vikinga. Dentro de los parámetros de la época, los nórdicos eran muy limpios. Sin los tabúes contra el desnudo propios del cristianismo, los vikingos se bañaban con más regularidad que los integrantes de las finas cortes vecinas y utilizaban cepillos de dientes por lo que tenían la dentadura en mejor estado que el resto de los europeos.
También usaban peines y dedicaban un buen tiempo a arreglarse los cabellos y la barba. El arreglo personal y el uso de finos ropajes eran una forma de conquistar a las mujeres cuando estaban en el extranjero.
Gustaban de las ropas de telas de colores y, a diferencia de su imagen cinematográfica, no usaban pieles para vestirse, excepto los más nobles y los guerreros berserks como elemento distintivo de su condición.
Estos seres altos, de piel blanca y ojos claros donde predominan los cabellos castaños y rubios, más allá de los estereotipos, eran miembros de una comunidad acostumbrada a las dificultades geográficas y climáticas con una fuerte estructura social campesina donde las relaciones y los vínculos familiares eran tan importantes como lo era la poesía o una narración bien contada en los eternos días del invierno.
De espíritu libre e independiente, los vikingos eran esencialmente campesinos que construyeron granjas autosuficientes que les permitían vivir de lo que les daba la tierra, además de lo que conseguían cazando, pescando, comerciando o pirateando.
Una granja podía tener un total de cuarenta personas distribuidas en unas cinco familias y un promedio de treinta edificios. Las viviendas principales eran largas y rectangulares con cimientos de piedra y, según la región, podían tener paredes de madera o de ramas entretejidas y recubiertas de barro. El suelo era de tierra apisonada y a lo largo de las paredes había unas plataformas de madera cubiertas de pieles que servían de asiento o cama. Los edificios comunes eran el establo, la herrería y el almacén.
El bondi o jefe de la hacienda tenía, como signo de su autoridad, un sillón especial sobre una plataforma con pilares tallados con cabezas de dragón, a los que se otorgaba suficiente importancia como para llevárselos siempre que debían comenzar una nueva vida en otro lugar.
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