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Jesús logró una unidad perfecta con el Padre al someterse, tanto en cuerpo como en espíritu, a la voluntad del Padre. Al referirse a Su Padre, Jesús dijo: “… yo hago siempre lo que a él le agrada” (Juan 8:29). Debido a que era la voluntad del Padre, Jesús se sometió aún hasta la muerte, “… la voluntad del Hijo siendo absorbida en la voluntad del Padre” (Mosíah 15:7). Su enfoque en el Padre es una de las principales razones por las que el ministerio de Jesús tenía tanta claridad y poder; no había doble mentalidad que lo distrajera.
De la misma manera, tú y yo podemos poner a Cristo en el centro de nuestra vida y llegar a ser uno con Él al igual que Él es uno con el Padre (véase Juan 17:20–23). Podríamos comenzar por despojar todo de nuestra vida y luego volver a ponerlo en orden de prioridad con el Salvador en el centro. En primer lugar pondríamos las cosas que hacen posible que siempre lo recordemos: orar con frecuencia, estudiar y meditar las Escrituras, el estudio concienzudo de las enseñanzas apostólicas, la preparación durante la semana para participar dignamente de la Santa Cena, la adoración dominical, registrar y recordar lo que el Espíritu y la experiencia nos enseñan acerca del discipulado. Tal vez se les ocurran otras ideas que les resulten apropiadas para esta etapa de su vida. Una vez que el tiempo y los medios adecuados para estos asuntos, para centrar nuestra vida en Cristo, se hayan colocado, podemos comenzar a agregar otras responsabilidades y cosas de valor en la medida en que el tiempo y los recursos lo permitan, tal como los estudios, las responsabilidades familiares y ocupaciones personales. De esa manera no reemplazaremos lo esencial de nuestra vida con cosas meramente buenas, y las cosas de menos valor tendrán una prioridad menor o desaparecerán por completo.
Aunque no resulte fácil, podemos seguir adelante con fe en el Señor de forma consistente. Testifico que, con el tiempo, nuestro deseo y nuestra capacidad de siempre recordar y seguir al Salvador aumentarán. Debemos trabajar pacientemente hacia ese fin y orar siempre para recibir el discernimiento y la ayuda divina que necesitamos (véase 2 Nefi 32:9).
¿Cómo has aplicado esto?
Mi familia y yo hemos tenido algunas pruebas difíciles y ahora no tenemos un poseedor del sacerdocio en nuestro hogar. Las dificultades nos hacen doblar las rodillas en oración. Estoy agradecida de tener las Escrituras y la capacidad de leerlas cada día; me han enseñado que aunque las decisiones de otras personas puedan afectar mi vida, aún valgo mucho. Estoy agradecida de saber que puedo hablar con mi Padre Celestial en cualquier momento del día y de la noche. ¡Esa es una bendición!
Hailey D., 17 años, Idaho, EE. UU.