2. Antes de llegar a Oremburgo, Piotr Andréyevich tuvo un sueño durante una tormenta, ¿qué soñó?
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Respuesta:
Tuve un sueño que nunca pude olvidar y en el que hasta ahora veo algo profético, cuando comparo con él las extrañas circunstancias de mi vida. El lector me perdonará, porque seguramente sabe por experiencia que es muy propio del hombre entregarse a la superstición por mucho desprecio que tenga a los prejuicios.
Me encontraba en aquel estado de ánimo en que la realidad, cediendo el paso al ensueño, se funde con él en las vagas imágenes del duermevela. Me parecía que la tempestad seguía con la misma furia y nosotros estábamos todavía dando vueltas por el desierto de nieve… De pronto vi una puerta y entré en el patio grande de nuestra casa. Mi primer pensamiento fue el temor de que mi padre se enfadara conmigo por mi regreso involuntario al redil familiar y lo tomara por una desobediencia intencionada. Salí intranquilo de la kibitka y vi a mi madre, que me recibía en la puerta con una expresión muy afligida. “Habla bajo —me dice—; tu padre está moribundo y quiere despedirse de ti”. Sobrecogido por el miedo, la sigo al dormitorio. Veo que la habitación está débilmente iluminada y que junto a la cama hay gente con expresión triste. Me acerco a la cama sin hacer ruido, mi madre levanta la cortina y dice: “Andréi Petróvich, ha llegado Petrusha; ha vuelto al enterarse de tu enfermedad; dale tu bendición”. Me arrodillé y levanté los ojos hacia el enfermo. Entonces, en lugar de mi padre, vi que en la cama estaba un muzhik con barba negra que me miraba alegremente, me volví desconcertado a mi madre diciéndole: “¿Qué significa todo esto? Éste no es mi padre. ¿Por qué voy a pedir la bendición a un muzhik?”. “No importa, Petrusha —respondió mi madre—, es tu padrino; bésale la mano y que te bendiga”. Yo me resistía. Entonces el hombre se levantó de la cama de un salto, sacó un hacha y se puso a agitarla. Quise echar a correr…, pero no pude; la habitación se llenó de muertos; yo tropezaba con los cuerpos y resbalaba en los charcos de sangre… El terrible muzhik me llamaba con voz cariñosa diciendo: “No tengas miedo, acércate para que te dé la bendición…”. El miedo y la sorpresa se apoderaron de mí… En ese momento me desperté.
Los caballos estaban parados; Savélich me tiraba de la mano y me decía:
—Ya puede salir, señor; hemos llegado.
—¿Adónde? —pregunté frotándome los ojos.
—A una posada. A Dios gracias, hemos tropezado con la misma valla. Sal deprisa y podrás entrar en calor.
Bajé de la kibitka. Seguía la tormenta, pero ya con menos fuerza. Todo estaba completamente oscuro. El dueño de la posada nos recibió en la puerta, tapando el farol con el abrigo, y me condujo a una habitación pequeña pero bastante limpia, iluminada por un candil. En la pared colgaban un fusil y un gorro alto de cosaco.
Explicación:
Léelo ahí esta completo:)