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Durante esta etapa de confinamiento forzado tuve el “valor” de ver la película estadounidense “Contagio” realizada en 2011 por Steven Soderbergh. En ella se relata la ficción de una pandemia vírica que, partiendo de China, va extendiéndose por todo el mundo de manera exponencial, causando gran cantidad de pérdidas humanas así como graves perturbaciones sociales y perjuicios a la economía.
Las similitudes con la actual epidemia del COVID-19 son sorprendentes. Además de las ya mencionadas, están el origen del virus por medio de un murciélago, lo altamente contagioso del patógeno, su elevada letalidad, la escasez de suministros, las noticias falsas, el uso de medicamentos no probados, las ciudades desiertas, etc. La ficción avanza hacia escenarios que todavía no hemos experimentado aquí, como las revueltas sociales, el racionamiento y las huelgas. Para el que esté interesado le dejo aquí el enlace al tráiler y a la película.
En cualquier caso, las semejanzas con la actual situación de un film estrenado hace 9 años ponen los pelos de punta. Nos llevan a la conclusión de que este tipo de escenarios estaba ya contemplado en la mente de mucha gente, que esto se sabía que podría ocurrir.
En estos días se ha difundido mucho el vídeo de una conferencia de Bill Gates en marzo de 2015 titulada “¿La próxima epidemia? No estamos listos”. En ella el fundador de Microsoft toma como ejemplo la epidemia de ébola de ese año para advertirnos que la próxima amenaza para la humanidad no vendrá de un conflicto nuclear, sino de un virus, indicándonos que debíamos hacer algo pronto para evitarlo si no queríamos padecer las consecuencias. De nuevo parece que no se le hizo mucho caso.
Numerosos artículos científicos han venido advirtiendo a lo largo de los últimos años de los peligros de una posible epidemia, como el publicado en 2007 por la American Society of Microbiology titulado “Severe Acute Respiratory Syndrome Coronavirus as an Agent of Emerging and Reemerging Infection” en el que señalaban que la presencia de grandes reservorios de coronavirus en los murciélagos, así como la costumbre en algunos países asiáticos de comer estos animales, era una bomba de relojería.
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