• Asignatura: Castellano
  • Autor: munozanamaria982
  • hace 6 años

Estuve todo el tiempo divertido contemplando a mi abuela, me duraba el asombro por la forma en que había tratado a mi

padre. Después del café, continuamos nuestra conversación en la sala, hasta que mi abuela se levantó para ir a sentarse

al jardín.

Durante un rato la observé desde la ventana de mi habitación, sentada sobre el banco de piedra a la sombra de los pinos,

después me decidí a acompañarla.

—Tu padre se asombra de que venga a almorzar un domingo con ustedes, pero siempre que vengo me hacen lo mismo

de comer: ¡pollo con hierbas!

Nos reímos, era cierto. Desde hacía años cuando alguien venía a comer mi madre cocinaba lo mismo. Variaba los

acompañamientos y las entradas, pero no el plato principal. Era algo muy extraño. Rara vez mi madre repetía un menú

durante el mes cuando cocinaba para nosotros, es más, es una excelente cocinera. Nunca un plato tuvo dos veces el mismo

sabor, siempre modifica algo, siempre encuentra algún ingrediente que modificar, aun en cantidades ínfimas, "tal vez

media cucharadita más de paprika", o cosas por el estilo.

De ahí que resulte más ridícula su obsesión por el pollo con hierbas; aunque para hacer honor a la verdad, siempre estaba

exquisito.

Cuando paramos de reír, hablamos de lo que siempre hablábamos entre nosotros: el campo.

Me contó acerca de Noche, una yegua que a mí particularmente me gustaba. Siempre en mis visitas, hiciera frío o calor,

con lluvia o con sol, iba hasta el corral, me acercaba despacio, le daba terrones de azúcar, la acariciaba y recién después

la montaba. Era una suerte de ritual que compartíamos, Noche me miraba llegar y seguía en lo suyo, no levantaba las

orejas, no hacía ningún gesto. Esperaba. Yo sabía que ella disfrutaba de nuestros encuentros tanto como yo, no podría

explicar cómo, pero lo sabía.

—Me enteré que fuiste a la casa de Ezequiel —dijo mi abuela de repente. Me quedé de una pieza.

Miré desesperadamente alrededor. Si mi padre se enteraba era capaz de encerrarme en un convento y hacerme monja.

—Quédate tranquilo, no les dije nada a tus padres— dijo leyéndome el pensamiento.

—¿Y vos co..cómo te..te enteraste? —tartamudeé.

—Lo leí en el diario —y se rió.

Yo no pude ni siquiera esbozar una media sonrisa, estaba esperando que la tierra se abriera y me tragara.

—Me lo contó Ezequiel, por supuesto.

—¿Ezequiel?

Eso realmente no entraba en mi cabeza. No me lo imaginaba llamando a la abuela para contarle que yo lo había ido a ver.

No lo podía creer.

—Sí claro, Ezequiel. Tu hermano. ¿Sabes quién es, no?

Otra vez silencio. Otra vez angustia. Todo parecía indicar que la angustia no me abandonaría.

Desde mi visita a su casa trataba de olvidarlo, de que todo volviera a ser como antes, de que mi hermano volviera a ser

una referencia lejana, alejada de nuestra vida cotidiana. Ese nombre apenas susurrado por mis padres. Y esa presencia

ineludible en las reuniones familiares, en las que mis padres se empeñaban en mostrar que nada era anormal, pero no

podían evitar que se notara su incomodidad.

—Yo lo veo seguido, al menos una vez por semana. Y ante mi cara de sorpresa prosiguió:

—No, no te sorprendas. Es mi nieto. Que se haya ido de la casa de tus padres no cambia las cosas. Es más, a mí me parece

una cosa totalmente natural, no puedo entender por qué hacen tanto escándalo. Si vos te pelearas con tus padres, yo te

seguiría queriendo igual, es algo totalmente lógico. Es hasta tonto tener que explicarlo. ¿Lo vas a seguir visitando?

—No... no creo.

—Es una pena, me puse tan contenta cuando me enteré de tu visita... Ezequiel también, claro. Aunque sé que terminó de

una manera un poco, cómo decirlo, abrupta. Fue un buen gesto de tu parte ir. Yo pensé que todo iba a ser como antes,

después de todo él te enseñó a caminar y me acuerdo de que vos sólo te dormías si Ezequiel te cantaba una canción...

—Basta con eso, por favor —no grité pero mi voz salió de una manera rara, tal vez fue por la angustia de todos esos días

o no sé por qué, pero mi voz sonó distinta, como si fuera otro.

Pude ver la cara de sorpresa de mi abuela. Eso me armó de valor para continuar.

—Basta con eso, por favor —esta vez con mi voz normal—, la semana que viene cumplo once años y todo lo que me podés

decir de Ezequiel es que me enseñó a caminar y que me cantaba una canción cuando yo tenía tres años. Una canción que

ni siquiera sé cuál es. Lo único que tenemos en común los dos son nuestros padres, después nada más, abuela. Nada más.

Nos separa un abismo.

—Tal vez lo bueno de los abismos sea —concluyó la abuela— que se pueden hacer puentes para cruzarlos.​

Respuestas

Respuesta dada por: pabiskawaiii0010
1

Respuesta:

esta muy largo .....................................


munozanamaria982: si pero ayúdame por favor
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