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Respuesta:
La escritura de los cuadernos “América Latina y el socialismo del siglo XXI” de Marta
Harnecker lleva el tono de aquellas viejas tradiciones revolucionarias donde el texto se enunciaba
con la urgencia de la acción colectiva. Marta se las arreglado siempre para escribir desde dentro de
los procesos sociales más álgidos. Por eso su prosa es directa, inequívoca, y sobre todo, diáfana,
hecha para llegar a la mayor cantidad de lectores posible. Pero su signo principal, lo que le otorga a
nuestro juicio su distinción mayor reside en su conjugación: de todo cuanto se habla en estos
cuadernos se está conociendo, se está experimentando, se está construyendo en presente.
De esa suerte, este es un pensamiento que demanda, para relacionarse con él, tener
permanentemente a la vista sus contextos de construcción. La operación despolitizada por la que se
pretende atribuir estatus teóricos a este tipo de textos se vuelve generalmente una trampa. Su estatus
teórico, que lo tiene, debe ser pensado sin embargo más allá de las generalizaciones abstractas del
pensamiento social estandarizado bajo el mandato de las ideologías científicas. En esta escritura
puede hablarse de teoría siempre a condición de que se comprenda que cuanto hay de teórico en ella
es también cuanto hay de práctica, y que ello exige (como se debiera exigir en la lectura de Marx
también) una permanente atención a las condiciones de su producción.
Marta está enfrentando aquí el problema mayor de pensar la izquierda frente al problema de
la transformación, y resulta lógico asistir a una definición de izquierda que está afincada en la
práctica de ese sector. Siguiendo un anterior texto de la misma autora, la izquierda es comprendida
como un “conjunto de fuerzas que luchan por construir: una sociedad alternativa al sistema
capitalista explotador y su lógica del lucro, una sociedad de trabajadores y trabajadoras organizada a
través de una lógica humanista y solidaria, orientada a satisfacer las necesidades humanas; una
sociedad libre de la pobreza material y de las miserias espirituales que engendra el capitalismo; una
sociedad que no se decreta desde arriba sino se construye desde abajo, ocupando el pueblo un papel
protagónico, es decir, una sociedad socialista.” (Cuaderno 1. ¿Hacia dónde va América Latina?)
No hay que apresurarse a concluir sin embargo que Marta reproduce en la definición
anterior la concepción más usual sobre la transformación social. Atenta a los desarrollos
contemporáneos planteados con especial fuerza por los movimientos sociales antineoliberales,
propone una compleja articulación entre una dimensión de la totalidad social, en la medida en que
se vuelve urgente superar el modelo y construir una sociedad solidaria y justa, y una dimensión no
totalizante que convoca a lo diverso y lo valora. No hay una sola agenda a la que todos los países
puedan ajustar sus transiciones al socialismo, sino un reconocimiento explícito de las historias
plurales, de las tradiciones y correlaciones específicas. Vistas así las cosas, Marta propone una
dialéctica de individuo y sociedad que vuelve sanamente sobre viejos aspectos del pensamiento
marxista: “esto implica un rechazo al «colectivismo», aquel enfoque que suprime las diferencias de
cada miembro de la sociedad en nombre de un colectivo. El colectivismo es una flagrante
deformación del marxismo. Basta recordar que Marx criticaba el derecho burgués por pretender
igualar artificialmente a los hombres en lugar de reconocer sus diferencias y sostenía, en cambio,
que una distribución verdaderamente justa tenía que tener en cuenta las necesidades diferenciadas
de los hombres. De ahí su máxima: «De cada cual según su trabajo a cada cual según sus
necesidades
Explicación:
Respuesta:
La escritura de los cuadernos “América Latina y el socialismo del siglo XXI” de Marta
Harnecker lleva el tono de aquellas viejas tradiciones revolucionarias donde el texto se enunciaba
con la urgencia de la acción colectiva. Marta se las arreglado siempre para escribir desde dentro de
los procesos sociales más álgidos. Por eso su prosa es directa, inequívoca, y sobre todo, diáfana,
hecha para llegar a la mayor cantidad de lectores posible. Pero su signo principal, lo que le otorga a
nuestro juicio su distinción mayor reside en su conjugación: de todo cuanto se habla en estos
cuadernos se está conociendo, se está experimentando, se está construyendo en presente.
De esa suerte, este es un pensamiento que demanda, para relacionarse con él, tener
permanentemente a la vista sus contextos de construcción. La operación despolitizada por la que se
pretende atribuir estatus teóricos a este tipo de textos se vuelve generalmente una trampa. Su estatus
teórico, que lo tiene, debe ser pensado sin embargo más allá de las generalizaciones abstractas del
pensamiento social estandarizado bajo el mandato de las ideologías científicas. En esta escritura
puede hablarse de teoría siempre a condición de que se comprenda que cuanto hay de teórico en ella
es también cuanto hay de práctica, y que ello exige (como se debiera exigir en la lectura de Marx
también) una permanente atención a las condiciones de su producción.
Marta está enfrentando aquí el problema mayor de pensar la izquierda frente al problema de
la transformación, y resulta lógico asistir a una definición de izquierda que está afincada en la
práctica de ese sector. Siguiendo un anterior texto de la misma autora, la izquierda es comprendida
como un “conjunto de fuerzas que luchan por construir: una sociedad alternativa al sistema
capitalista explotador y su lógica del lucro, una sociedad de trabajadores y trabajadoras organizada a
través de una lógica humanista y solidaria, orientada a satisfacer las necesidades humanas; una
sociedad libre de la pobreza material y de las miserias espirituales que engendra el capitalismo; una
sociedad que no se decreta desde arriba sino se construye desde abajo, ocupando el pueblo un papel
protagónico, es decir, una sociedad socialista.” (Cuaderno 1. ¿Hacia dónde va América Latina?)
No hay que apresurarse a concluir sin embargo que Marta reproduce en la definición
anterior la concepción más usual sobre la transformación social. Atenta a los desarrollos
contemporáneos planteados con especial fuerza por los movimientos sociales antineoliberales,
propone una compleja articulación entre una dimensión de la totalidad social, en la medida en que
se vuelve urgente superar el modelo y construir una sociedad solidaria y justa, y una dimensión no
totalizante que convoca a lo diverso y lo valora. No hay una sola agenda a la que todos los países
puedan ajustar sus transiciones al socialismo, sino un reconocimiento explícito de las historias
plurales, de las tradiciones y correlaciones específicas. Vistas así las cosas, Marta propone una
dialéctica de individuo y sociedad que vuelve sanamente sobre viejos aspectos del pensamiento
marxista: “esto implica un rechazo al «colectivismo», aquel enfoque que suprime las diferencias de
cada miembro de la sociedad en nombre de un colectivo. El colectivismo es una flagrante
deformación del marxismo. Basta recordar que Marx criticaba el derecho burgués por pretender
igualar artificialmente a los hombres en lugar de reconocer sus diferencias y sostenía, en cambio,
que una distribución verdaderamente justa tenía que tener en cuenta las necesidades diferenciadas
de los hombres. De ahí su máxima: «De cada cual según su trabajo a cada cual según sus
necesidades
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