Sergio Zúñiga y niños triquis y La historia de un maestro que lucha por los indígenas triquis.
Respuestas
Historia:
Sergio Zúñiga es entrenador de la Academia de Basquetbol Indígena de México, defeño de 46 años de edad, casado, padre de un hijo, y oaxaqueño por adopción desde 1983Historia:
Llegué a Oaxaca siendo jugador de primera fuerza, conocí las comunidades indígenas, su cultura, sus necesidades y desde ese tiempo me nació la idea de hacer una escuela digna para niños con carencias. Había escrito un proyecto, Cambio de actitud en comunidades rurales, que pensaba aplicar en alguna comunidad indígena pero lo fui aplazando pues me fui de mojado a Estados Unidos (Georgia) para perfeccionar mi forma de jugar y luego terminé la licenciatura como entrenador deportivo en la Escuela Nacional de Entrenadores Deportivos (ENED), hice especializaciones como preparador físico en Cuba y en Argentina.
Trabajé en escuelas secundarias dando clases de educación física, pero la verdad es que no era lo mío, pude convertirme en asistente de la Selección Nacional de Basquetbol para los Panamericanos pero se me presentó la oportunidad de trabajar con los niños triquis, así que me dije: “Esto es lo que yo estaba esperando y decidí quedarme”.
Encuentro definitivo
Una maestra de El Rastrojo, cerca de Copala, en la zona triqui de Oaxaca, me presentó a sus dirigentes y me dijo que el proyecto que tenía planeado encajaría muy bien en la región. No hay que olvidar que el basquetbol es el único deporte que se practica en las comunidades indígenas.
Cuando comenté la idea con mi esposa, mis padre, y otros familiares me advirtieron que era una comunidad muy peligrosa por los conflictos y la violencia que allí había. Trataron de hacer cambiar mi decisión pero a todos les respondía que sí iba a poder.
Mi plan era que cada niño indígena tuviera un mejor futuro por medio del estudio y que el deporte fuera su motivante para que siguiera estudiando. Me decían que estos niños con tantas carencias, mal alimentados y poco desarrollados lo último que les importaba era la escuela pero yo afirmaba que con este proyecto los niños regresarían a la escuela, mi objetivo principal era lograr que los niños estudiaran y que más allá de los logros deportivos lo más importante serían los logros escolares.
Mi encuentro definitivo ocurrió en 2009 cuando platiqué con los dirigentes del Movimiento de Unificación de Lucha Triqui (MULT), con los lideres naturales, el Consejo de Ancianos, los agentes, les expliqué del programa, y ellos se sorprendieron pues creían que era imposible. Otros me cuestionaban diciéndome que si yo era del Servicio Secreto porque iba a meterme a sus comunidades, o que si traficaba niños porque les pedía muchos papeles, etc.
Les expuse mi plan y manifesté mi pensamiento de que ‘No hay peor violencia que el hambre’. Desde que vi este lugar supe que podía cambiar su historia.
Me aceptaron y empecé en una escuela en Rastrojo Copala. Con el tiempo recorrí las 21 comunidades triquis, localizadas al noroeste del estado de Oaxaca, desde Juxtlahuaca, hasta Cerro Cabeza y Cerro de Agua. Fue así como inició formalmente la Academia de Baloncesto Indígena de México (ABIM) con el apoyo del MULT y también con el de YBOA-México (Asociación de Basquetbol de América, por sus siglas en inglés.)
Tomar el balón
Los primeros contactos con los niños fueron de asombro, al principio no me entendían porque yo no hablaba su lengua, pero les enseñé a través de los otros entrenadores, que fungieron como intérpretes, que antes de tomar un balón deberían mentalizarse.
Lo más importante es que les enseñamos a reconocer su cultura, su situación económica y social, les hice ver que su pobreza no es una desgracia sino una virtud, que el ser indígena es un sinónimo de orgullo, no de vergüenza; que su lengua es algo especial dentro de nuestro país; les recalqué que aquello que consideraban desventaja era en realidad un gran punto a su favor. Cuando terminé este proceso (dándoles cursos de psicología, liderazgo y risoterapia), le dije que ya estaban listos para tomar el balón de basquetbol y entonces se sorprendieron con las grandes cosas que podían hacer.
Les enseñamos a sacar todas las virtudes que su físico les da, son rápidos, muy fuertes, muy resistentes además que ya mentalizados pueden contrarrestar la estatura y el físico de muchos equipos. Los niños indígenas se caracterizan porque son muy entregados, trabajan muy bien, no ponen pretextos, son muy disciplinados.
Entre los requisitos que les pedimos para pertenecer al grupo es ser alumnos con un promedio mínimo de 8.5, hablar su lengua materna, ayudar con las tareas de casa, tener buen comportamiento en la escuela, una vez que lo asimilan y están conscientes de lo que esto significan se integran y les fascina estar con nosotros.
Las clases son de ocho a 12, con tres horas para los entrenamientos, una hora para la comida, una hora para su clase de inglés, dos horas para hacer sus tareas, una hora para su aseo personal, una hora libre y a las nueve de la noche ya tienen que estar durmiendo.