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En 1967, un conocido periodista y novelista hoy fallecido saltó a la fama con un libro titulado Tres días de julio. En lenguaje ágil, impactante, con técnicas narrativas modernas, Luis Romero presentó una visión impresionista, y para la época bastante correcta, de aquellos días que rodearon el parteaguas del 18 de julio de 1936. Se ha vuelto a publicar recientemente. Desde entonces, la masa de publicaciones sobre la guerra no ha cesado de crecer. Rara es la semana que no sale algún libro nuevo. O dos o tres.
La información de archivos, entonces cerrados, hoy abiertos, ha permitido avanzar considerablemente en el conocimiento de los hechos. Pero subsisten lagunas y una pluralidad de interpretaciones.
El estallido de la guerra cambió no solo la faz de España. También el curso histórico español. Demolió un sistema democrático frágil, pero que funcionaba. Cualesquiera que sean los achaques que se le atribuyan (aspecto que sigue suscitando grandes controversias), el tema de las responsabilidades por el bache demográfico (más de un millón de personas, contando las víctimas de la represión, los muertos en los campos de batalla, los fallecidos por enfermedad, los exiliados y los que no llegaron a nacer), el colapso cultural, político y social, más la desconexión con el resto de la Europa democrática impuesta por la dictadura ha generado discusiones sin cuento. Abordar la guerra implica estudiar sus antecedentes y sus consecuencias.
La conspiración que llevó a aquellos tres días de julio está relativamente bien estudiada. Quedan aspectos por desentrañar, incluso importantes. Continuó una línea que cabe retrotraer a los comienzos mismos del régimen republicano. Sus impulsores fueron esencialmente militares y monárquicos (de las dos ramas, alfonsinos y carlistas), con una trama civil que cobró suma relevancia en la primavera de 1936. Pudo descabezarse, pero el Gobierno republicano no dio con los instrumentos adecuados.
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