¿cómo influyó la Primera Guerra Mundial en la economía colombiana?

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Respuesta dada por: marianacabellobenite
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El 1° de agosto de 1914 se inició la Primera Guerra Mundial y en esos mismos días, el doctor José Vicente Concha se posesionó como presidente de Colombia y nombró como su canciller a don Marco Fidel Suárez. Las relaciones entre estos dos hombres siempre fueron conflictivas: diametralmente opuestos en sus temperamentos, se vieron obligados, por la lealtad que cada uno sentía por su partido, a compartir las angustias del poder, en una época crucial para la república y a trabajar para mantener la neutralidad y el decoro de su gobierno en tiempo de guerra.

Al estallar el conflicto fue evidente que la posición geográfica de Colombia la hacía especialmente adecuada para un manejo efectivo de las comunicaciones telegráficas, pero al mismo tiempo sujeta a las presiones de los países beligerantes. La declaración del gobierno de que el país era neutral, causó alarma y desconcierto entre los aliados que suponían que Colombia entraría a apoyarlos. La alarma creció cuando se examinó el mapa de su territorio y se constató la extensión de sus costas, sus posibilidades estratégicas y su vecindad al canal de Panamá recién inaugurado.

Otros países latinoamericanos eran neutrales, pero las condiciones colombianas eran atípicas, no solo por su geografía sino por su animadversión por los Estados Unidos y su simpatía por los alemanes quienes tenían en el país una notable colonia inversionista. Era, por lo tanto, una necesidad mantener al país libre de presiones y lograr una relativa independencia. Dice Suárez, al referirse a este predicamento, “la neutralidad respecto a las naciones beligerantes se observó con esmero que literalmente fue desvelo y al observarla se invocaba la Ley de las Naciones, reclamando su cumplimiento y protestando contra el olvido de los principios tradicionales del derecho de gentes. Respecto de las grandes potencias, esta conducta sirvió para evitar procedimientos perjudiciales a nuestro decoro e intereses”.

El mantenimiento de esta actitud permitió al canciller enunciar en sus notas, sus comunicados y sus advertencias a la prensa una doctrina sobre la neutralidad que fue muy aplaudida. La proeza de mantener a Colombia incólume después de cuatro años de presiones de parte y parte, le ganó tanto prestigio que le allanó el camino a la presidencia en 1918.

Suárez continúa, en el “Sueño de las promesas”, el análisis de su doctrina. Dice así: “la neutralidad de la república respecto de las naciones que están hoy en guerra seguirá atendiéndose con la solicitud debida, sin que esa neutralidad, que no equivale a la indiferencia, impida al gobierno la franca manifestación de sus opiniones, cuando así lo exija el celo a los principio tutelares del derecho.

“La condición de neutral impide ejecutar actos que favorezcan en efecto a una de las partes que están en guerra. Pero el neutral puede opinar a favor de las prácticas tradicionales del derecho. Eso fue lo que se hizo cuando se declaró a una de las legaciones acreditadas en Bogotá que la guerra grande iba alterando los principios jurídicos consagrados por los siglos. Se enumeró a ese respecto el contrabando, las hostilidades contra la población pacífica, lo concerniente a la libertad de los mares, lo relativo a la seguridad de las aguas neutrales y el empleo de instrumentos bélicos que imposibilitan la salvación de personas o propiedades inocentes”.  

Uno de los problemas más agudos se presentaba por los comunicados de prensa que no siempre conservaban la objetividad. A ese respecto las notas de la cancillería suscritas por Suárez son un ejemplo de la prudencia y la autoridad con que manejaba una situación que podía ser delicada; se apoyaba en un pensamiento claro y lúcido, y lo expresaba en lenguaje de gran belleza.

Circular a los Directores de Publicaciones Periodísticas de la República.

Ministerio de Relaciones Exteriores,  

Bogotá, noviembre 27 de 1914

Señor Director:

La guerra gigantesca que hace cuatro meses atormenta a varias naciones y aflige al mundo, gravita no solo sobre los beligerantes, sino que ha creado para los neutrales deberes delicados y molestos. Desde el primero hasta el último de los pueblos civilizados, todos encuentran en la neutralidad motivos de cuidados y erogaciones, tanto por la importancia de los respectivos deberes cuanto por los peligros que la inobservancia de estos pueda plantear en materia de ‘posibles reclamaciones futuras’.

No porque las autoridades públicas sean las únicas a quienes atañe el deber de no aborrecer ni hostilizar a los beligerantes; no porque la imparcialidad pueda coexistir con simpatías o antipatías más o menos explícitas; no porque la libertad de imprenta permita prácticamente todo género de publicaciones, puede admitirse que en estos asuntos sea lícito a la prensa apartarse de los que exigen la veracidad, la cortesía y la benevolencia.

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