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La sociedad del Antiguo Régimen estaba estructurada en estamentos –clero, nobleza y estado llano- y se basaba en el principio de la desigualdad jurídica, lo que comportaba desigualdad económica y política. Pero esta sociedad comenzó a resquebrajarse en el siglo XVIII con la emergencia de la burguesía. Las revoluciones políticas liberales-burguesas destruyeron el principio de la desigualdad jurídica al proclamar la igualdad ante la ley de todas las personas. A partir de entonces, las relaciones sociales se establecieron en torno al concepto de clase social.
Los individuos pertenecientes a una clase social se definirían según su posición económica común, lo que permitiría diferenciar a los propietarios de bienes y medios de producción, es decir, los capitalistas, de los que solamente poseían su fuerza de trabajo, los obreros o proletarios. Pero, además de esta diferencia económica había otras de tipo cultural, educativas, de mentalidades y valores. La pertenencia a una clase no dependía del nacimiento ni de la herencia y podía, legalmente, darse la movilidad entre clases, aunque fuera complicada, frente a la rigidez jurídica estamental.
Entre la vieja aristocracia y la alta burguesía tuvo lugar un proceso de simbiosis, de tal modo que parte de esa nobleza terminó entrando en el mundo de los negocios y la alta burguesía consiguió ennoblecerse; de hecho, las monarquías europeas concedieron muchos títulos nobiliarios a los burgueses durante el siglo XIX
La nobleza europea conservó gran parte de sus rentas agrícolas, ya que no perdieron sus tierras en las reformas y desamortizaciones agrarias realizadas en Europa y que, en el caso de los países católicos, afectaron casi exclusivamente a las propiedades eclesiásticas. Muchos nobles, además, se incorporaron a puestos importantes en las administraciones de los nuevos estados, especialmente en el ámbito diplomático. Su posición social les facilitó su participación activa en la política, en los gobiernos pero, sobre todo, al copar los escaños de las cámaras altas (senados) del poder legislativo, ya fuera por derecho propio o por elección de los monarcas, según estipulasen las constituciones respectivas.
El peso de la aristocracia varió en Europa. En Inglaterra, los lores mantuvieron su poder económico en el campo, ampliando sus beneficios con la explotación de las minas. Frente al caso inglés, en Francia la nobleza no fue tan poderosa, habida cuenta que se había visto muy afectada por las medidas revolucionarias. Su posición como propietaria terrateniente era menos sólida que la de los aristócratas ingleses. En la Europa central, oriental y del sur la nobleza tuvo un protagonismo evidente en todos los ámbitos hasta la Primera Guerra Mundial.
La burguesía fue la clase social más beneficiada en los procesos revolucionarios que marcaron el comienzo de la edad contemporánea en Europa, en los ámbitos políticos, sociales y económicos. Pero, en realidad, la burguesía era muy heterogénea. Dentro de ella, se pueden distinguir varios grupos. En primer lugar, estaría la alta burguesía de los grandes negocios financieros, comerciales, industriales y agrarios. Sus integrantes terminaron por formar verdaderas dinastías modernas: los Krupp, Thyssen, Rothschild, Péreire, Lafitte, etc.. Después existiría la burguesía media, formada por comerciantes, dueños de pequeñas fábricas y talleres y notables rurales. Y, por fin, la burguesía de las profesiones liberales y funcionarial, integrada por los profesiones liberales (médicos, farmacéuticos, abogados, etc…), intelectuales, periodistas, y por los funcionarios de cierto grado.
La burguesía impuso un nuevo estilo de vida, un cambio de costumbres y marcó la aparición de nuevos valores sociales y morales, relacionados con la propiedad, el ahorro, el trabajo y la familia. Los burgueses establecieron un ideal para unos o una referencia inalcanzable para otros, aunque, con el tiempo nacerían otros valores y costumbres en el seno de las clases trabajadoras que se enfrentarían a los de la burguesía.
Al alcanzar el poder, la burguesía cambió las ciudades dirigiendo la planificación urbanística con el trazado de calles amplias y rectas en el centro de las viejas ciudades, la expansión o ensanches derribando las murallas y el diseño de los nuevos barrios. También diseñaron y construyeron nuevos edificios públicos o para sus viviendas.
La burguesía estableció nuevos espacios de relación o transformó los viejos. El caso más evidente es el de los cafés, ya existentes en el siglo XVIII pero que cambiaron a mediados del siglo XIX, ampliando sus interiores, con nuevas decoraciones y comodidades. También se potenciaron los teatros y los teatros de ópera.
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