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Champollion bautizó así a este conjunto de conjuros que permitían al difunto viajar con seguridad por el Más Allá y volver a la tierra para recoger las ofrendas, aunque su nombre egipcio auténtico es "El libro para salir a la luz del día".
Cuando el egipcio fallecía, antes de alcanzar el Reino de Osiris, su alma precisaba vencer los inmensos peligros que acechaban en las temidas regiones subterráneas, tarea para la que resultaba especialmente valioso conocer una colección de conjuros que permitían que pasara felizmente desde el momificado cuerpo hasta el deseado Amenti, donde Osiris reinaba. Esta recopilación de conjuros, que en nuestros tiempos conocemos como El Libro de los Muertos, servía como guía valiosa que permitía al alma cruzar, subida en la Barca de Ra, el pavoroso mundo de la noche.
A partir del Imperio Nuevo se colocaba un ejemplar junto al difunto con el fín de que tuviera una guía en su viaje por el inframundo.
Los sacerdotes egipcios, profundos conocedores de todos estos misterios, obtenían unas buenas rentas gracias a la venta de ejemplares del libro destinados a ser colocados junto a los difuntos, así como llevando a cabo otros no menos importantes trabajos adicionales consistentes, por ejemplo, en reproducir determinados capítulos del mismo en las paredes de la tumba o en esculpir en el sarcófago algunos de los más poderosos conjuros. No debe extrañar que el Libro contenga abundantes referencias esotéricas destinadas a mantener su contenido en el más absoluto de los secretos, así aquella que ordena "no dejar ver, jamas, estos textos a nadie".
En su versión tardía llegó a tener 192 capítulos, la mayoría recopilados de los textos de los sarcófagos. En época tardía se llegaba a substituir por el Libro de los Alientos. Las primeras muestras de este libro las encontramos en forma de relieves en las sepulturas de los faraones de la dinastía V y de las dinastía VI en la necrópolis de Saqqara; como por ejemplo en pirámide de Teti y en la pirámide de Unas.