• Asignatura: Castellano
  • Autor: baezvalerio402
  • hace 6 años

Como va cambiando fisicamente y en actividades la soga

Respuestas

Respuesta dada por: CS3145330
2

Respuesta:

Explicación:

Antoñito López le gustaban los juegos peligrosos: subir por la escalera de mano del

tanque de agua, tirarse por el tragaluz del techo de la casa, encender papeles en la

chimenea. Estos juegos lo entretuvieron hasta que descubrió la soga, la soga vieja que

servía otrora para atar los baúles, para subir los baldes del fondo del aljibe y, en

definitiva, para cualquier cosa; sí, los juegos lo entretuvieron hasta que la soga cayó en

sus manos. Todo un año, de su vida de siete años, Antoñito había esperado que le

dieran la soga; ahora podía hacer con ella lo que quisiera. Primeramente hizo una

hamaca colgada de un árbol, después un arnés para el caballo, después una liana para

bajar de los árboles, después un salvavidas, después una horca para los reos, después

un pasamanos, finalmente una serpiente. Tirándola con fuerza hacia delante, la soga se

retorcía y se volvía con la cabeza hacia atrás, con ímpetu, como dispuesta a morder. A

veces subía detrás de Toñito las escaleras, trepaba a los árboles, se acurrucaba en los

bancos. Toñito siempre tenía cuidado de evitar que la soga lo tocara; era parte del

juego. Yo lo vi llamar a la soga, como quien llama a un perro, y la soga se le acercaba,

a regañadientes, al principio, luego, poco a poco, obedientemente. Con tanta maestría

Antoñito lanzaba la soga y le daba aquel movimiento de serpiente maligna y retorcida

que los dos hubieran podido trabajar en un circo. Nadie le decía: “Toñito, no juegues

con la soga.”

La soga parecía tranquila cuando dormía sobre la mesa o en el suelo. Nadie la

hubiera creído capaz de ahorcar a nadie. Con el tiempo se volvió más flexible y oscura,

casi verde y, por último, un poco viscosa y desagradable, en mi opinión. El gato no se le

acercaba y a veces, por las mañanas, entre sus nudos, se demoraban sapos

extasiados. Habitualmente, Toñito la acariciaba antes de echarla al aire, como los  

discóbolos o lanzadores de jabalinas, ya no necesitaba prestar atención a sus

movimientos: sola, se hubiera dicho, la soga saltaba de sus manos para lanzarse hacia

delante, para retorcerse mejor.

Si alguien le pedía:

—Toñito, préstame la soga.

El muchacho invariablemente contestaba:

—No.

A la soga ya le había salido una lengüita, en el sito de la cabeza, que era algo

aplastada, con barba; su cola, deshilachada, parecía de dragón.

Toñito quiso ahorcar un gato con la soga. La soga se rehusó. Era buena.

¿Una soga, de qué se alimenta? ¡Hay tantas en el mundo! En lo barco, en las casas, en

las tiendas, en los museos, en todas partes... Toñito decidió que era herbívora; le dio

pasto y le dio agua.

La bautizo con el nombre Prímula. Cuando lanzaba la soga, a cada movimiento,

decía: “Prímula, vamos Prímula.” Y Prímula obedecía.

Toñito tomó la costumbre de dormir con Prímula en la cama, con la precaución

de colocarle la cabecita sobre la almohada y la cola bien abajo, entre las cobijas.

Una tarde de diciembre, el sol, como una bola de fuego, brillaba en el horizonte,

de modo que todo el mundo lo miraba comparándolo con la luna, hasta el mismo

Toñito, cuando lanzaba la soga. Aquella vez la soga volvió hacia atrás con la energía de

siempre y Toñito no retrocedioó. La cabeza de Prímula le golpeó el pecho y le clavó la

lengua a través de la blusa.

Así murió Toñito. Yo le vi, tendido, con los ojos abiertos.

La soga, con el flequillo despeinado, enrosacada junto a él, lo velaba.

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