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Introducción
La historia del médico se inserta en el estudio histórico general de la medicina y ésta es, cómo no, parte integrante de la “historia total”, a la cual aporta uno de los puntos de vista más singulares. La actividad médica está condicionada, en mayor o menor grado, por circunstancias procedentes de situaciones anteriores que sólo el estudio histórico puede analizar adecuadamente (J. M. López Piñero).
Por eso, conocer la verdadera dimensión del médico de hoy pasa por evaluar los cambios del saber y el quehacer médicos que han tenido lugar a lo largo de la historia: la historia de los individuos, como la de los pueblos, es algo que va surgiendo y mudándose en vista de las tareas que la vida va ofreciendo en cada momento, pero el catalizador histórico, como cualquier otro enzima, necesita actuar sobre un sustrato, que, en este caso, es la historia ya vivida. Y en esta historia es imprescindible subrayar dos hechos fundamentales, el profesionalismo y la especialización, que, a su vez, han determinado comportamientos en el quehacer médico y actitudes ante el mismo claves para conocer la medicina actual.
Desde los tiempos más remotos las sociedades han experimentado, en mayor o menor medida, un proceso de división social del trabajo en diferentes etapas de su historia, que se acentúa conforme las relaciones sociales se van volviendo más complejas, se incrementan los conocimientos y se avanza en el progreso científico y técnico. En los países occidentales este fenómeno ha traído consigo, fundamentalmente desde la aparición de los gremios medievales, el agrupacionismo o asociacionismo, cuyas etapas finales son el profesionalismo, es decir, el surgimiento de las llamadas “profesiones” y, derivado del mismo y casi de forma inevitable, el especialismo, o sea, la subdivisión del ejercicio profesional en parcelas más o menos autónomas.
El profesionalismo implica en primer lugar el acceso a una profesión, que está regida por unas determinadas reglas de aprendizaje, así como la incorporación a un determinado grupo profesional, que dispone de normativas estrictas de actuación para regular la organización del ejercicio profesional, al mismo tiempo que el monopolio de una serie de actividades reservadas a quiénes han adquirido los conocimientos y las habilidades técnicas socialmente reconocidas para el desempeño de las mismas.
La especialización es la etapa final de este proceso y lleva consigo la dedicación del profesional a aspectos determinados de su profesión y su incorporación a subgrupos institucionalizados en mayor o menor medida, el especialismo responde no sólo al desarrollo más profundo de un área de conocimientos, sino también a una mayor complejidad de la organización profesional y a otras causas diferentes. Se podría decir que, a partir de un determinado momento histórico –el llamado “mundo moderno”-, la profesionalización se hace inevitable, y, desde otro –siglo XIX-, la profesionalización se convierte en condición necesaria, pero no suficiente, haciéndose imprescindible la especialización.
En el caso de las profesiones sanitarias, desde el Renacimiento existe un amplio cuerpo de conocimientos teóricos y técnicos en torno a los fenómenos de la salud y la enfermedad que se traducen en el desarrollo de una serie de actividades prácticas socialmente establecidas con el fin de luchar contra la enfermedad, promover la salud y mejorar las condiciones de vida de la población, en definitiva incrementar la cantidad y la calidad de vida del hombre. Estos saberes y técnicas han pasado a ser progresivamente más específicos y estar en manos de grupos con una formación característica, especial, distinta para cada área y cuya capacitación profesional necesita estar sancionada socialmente. Pero en el último medio siglo se ha hecho cada vez más evidente, al menos en Occidente, que la incorporación al ejercicio de la medicina no se agota con la obtención del correspondiente título de capacitación profesional –los estudios universitarios dirigidos a obtener la licenciatura de medicina y cirugía, sino todo lo contrario: se trata del requisito mínimo imprescindible para el acceso al ejercicio profesional, que, además, requiere adquirir conocimientos y habilidades específicas, también de forma organizada e institucionalizada, o sea, especializarse en una determinada área de la medicina.
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