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Desde que estalló la epidemia por el COVID-19, los acontecimientos se suceden con tanta rapidez que no nos da tiempo a pensar sobre su alcance. Es la primera gran epidemia mundial que se sigue en directo y por streaming: la información llega de tantos frentes y es tan voluminosa que no podemos asimilarla. Bulos y contrabulos circulan por las redes sociales y medios de comunicación sin ningún tipo de criba, minando nuestra credibilidad. Lo que ahora es cierto, en unas horas deja de serlo. Los comunicados e instrucciones de las autoridades sanitarias y de los gerentes se suceden con un paroxismo inaudito. Sin quererlo, nos hemos contagiado por esta epidemia de miedo, incertidumbre y confusión, y trasladamos esta angustia a nuestros y nuestras pacientes y compañeros y compañeras de trabajo. No recibimos una noticia buena, todo nuestro input reafirma un estado mental de alerta continua que enerva nuestros ánimos y reduce nuestra capacidad de respuesta.
La pandemia por el COVID-19 está poniendo en jaque a todo el sistema sanitario, a toda la sociedad entera y a cada uno de nosotros. Sin embargo, si nos abstraemos de este funesto panorama y miramos los acontecimientos con ojos curiosos, podemos concluir que la epidemia y la respuesta desigual y dispar de las naciones va a suponer el mayor experimento social de la historia reciente de la humanidad sobre el efecto de las pandemias. A pesar de que la respuesta de los países está siendo tan diferente, hay algunos elementos comunes desde que esta crisis explotó: alrededor de ella se está construyendo un relato biologicista, con una retórica belicista y la solución ofrecida está siendo principalmente hospitalcentrista.
Explicación:
espero te sirva :D