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El comercio fue, sin duda, la gran base de la economía bizantina, aunque esta actividad ocupó tan sólo a una minoría de la población. Constantinopla supo aprovechar su privilegiada situación geográfica, que hacía de la ciudad paso obligado de las caravanas que ponían en contacto Oriente y Occidente.
La economía de Bizancio estuvo, prácticamente siempre, bajo el control del Estado. Éste precisaba de grandes sumas para mantener el esplendor de la corte, la administración, el ejército o la población inactiva de Constantinopla, pero, además, la propia concepción del poder imperial suponía que todo debía estar bajo el control del emperador. Los ingresos del Estado procedían, fundamentalmente, de los impuestos que se cobraban sobre la propiedad y de los derechos de aduanas; también la industria enriqueció las arcas imperiales, ya que la producción de algunas manufacturas como la seda, fue monopolio del Estado.
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