Juanita fue de compras con su mamá a un mercado cercano a su casa en plena cuarentena. —¡Es que no se podía quedar sola en la casa! —explicó su mamá al policía que la intervino. —Está bien, señora. Por favor, que sea la última vez —respondió el policía. —¡Gracias, señor policía! Juanita, en el camino, se sorprendía una y otra vez: las personas vestían como astronautas e incluso había una que parecía un soldador, por lo que ella y su mamá se rieron juntas. A Juanita le producía un poco de picazón la mascarilla que tenía puesta, pero sabía que no debía tocarse la cara, porque estaban en la calle y había mucha gente a su alrededor. Ella recordaba muy bien lo que escuchó en la televisión: “Si usted se toca la cara, puede llevar con sus manos los virus del COVID-19 a su organismo”, repetía constantemente un doctor. Al llegar al mercado, un orientador y un policía que iba con él, les señalaron unos círculos pintados en el suelo. Cada una se ubicó en un círculo. Juanita escuchaba comentar que algunas personas estaban desde las seis de la mañana haciendo cola. Empezó a examinar el lugar: había tres columnas de círculos en la pista, pero solo una estaba ocupada. Juanita calculó que los círculos medían casi un metro y cada uno estaba alejado del otro. “Mi espacio personal ha crecido”, pensaba, y se preguntaba: “¿Por qué será?”. De pronto, recordó unas palabras que le parecían raras hasta ahora: —¡Aaaah! ¡Esto es el distanciamiento social! —dijo en voz alta, casi gritando. —¿Qué? —le preguntó su mamá. —Nada, mamá, nada —dijo, y avergonzada miró a las demás personas, que disimuladamente sonreían. Cuando entraron al mercado, un hombre las apuntó con un espray. Ella levantó las manos ¿Por qué Juanita creyó que se había agrandado su espacio personal?
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