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El horizonte, al final del camino, promete una de las regiones que nadie teme en comparar con el Paraíso: el Parque Nacional Xingú. Atrás el sol está a punto de desaparecer y el cielo tiene rojos imposibles de imaginar. La selva es puro verde, hasta que se avanzan unos kilómetros y se descubre la puesta en escena. El monte natural sólo es una franja, detrás se esconden hectáreas de plantaciones. A los costados de la ruta, los troncos están calcinados, son los restos de los últimos incendios de agosto. Un pájaro aún más rojo que el color que está tomando el cielo está estrellado en el pavimento. No puede mover sus alas. Se nota que un camión lo noqueó cuando volaba bajo entre las dos franjas selváticas que custodian la ruta. Naturaleza muerta. El triste arte de la belleza de la selva.
La fazenda Amantino es la primera que aparece camino al poblado llamado Cláudia. La cortina que esconde a la soja tiene lianas y amontona a los animales que antes vivían en extensiones que parecían no tener límites. Se encuentra en el kilómetro 39 hacia el Xingú. En una estancia vecina, dos tractores levantan maíz a destiempo. Ivanir Sandri llegó hace un rato con su 4 × 4 para controlar el trabajo. Usa sombrero de ala ancha, anteojos, camisa a cuadros y pantalones verdosos. Una cara redonda y una piel roja de tanto sol son la herencia de sus padres, que llegaron de Italia a Brasil.
"Los productores somos los malos del planeta, pero somos los que generamos el alimento y tenemos toda la pérdida. Para preparar la tierra, tenemos que enleñar, es decir preparar la leña, quemar. No hay otra alternativa. En Mato Grosso no se puede sembrar ni cosechar sin quemar", dice sin vueltas. Y muestra con números el riesgo de su inversión. "Las semilleras nos cobran el paquete de semillas y agroquímicos por hectárea a 20 bolsas al contado o 27 al final de cada cosecha. Más 15 bolsas de gastos que son de la cosechadora y el arrendamiento. Si la cosecha es buena se saca 60 bolsas por hectárea", enumera. "Pero nadie nos asegura ese resultado. Solo la lluvia de antes de octubre. Los pequeños productores no tenemos silos para almacenar y eso es otro gasto. Ganamos, pero arriesgamos", dice.
En la madrugada siguiente, cuando el cielo vuelve a desplegar colores indescriptibles, su vecino, también de origen italiano, insistirá en el tema del costo. "La bolsa de maíz de 60 kilos cuesta unos 28 reales y para sacarla de esta región se debe pagar otros 20 en transporte. El gran problema es de logística. Porque la bolsa que se cosecha en Río Grande, cuanto mucho, cuesta 32 con transporte", dice Celso Pichilini.
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