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Cuando María iba a publicar “Historia del Tahuantinsuyu”, le pregunté por qué no usaba el término ‘imperio incaico’ como hacían hasta entonces los autores para referirse al incanato. La respuesta fue simple pero contundente: el concepto imperio no existe en quechua y lo correcto es usar las palabras de los propios incas para referirse a su sociedad. Comencé así a entender la originalidad de su punto de vista sobre las sociedades prehispánicas.
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Cuando María iba a publicar “Historia del Tahuantinsuyu”, le pregunté por qué no usaba el término ‘imperio incaico’ como hacían hasta entonces los autores para referirse al incanato. La respuesta fue simple pero contundente: el concepto imperio no existe en quechua y lo correcto es usar las palabras de los propios incas para referirse a su sociedad. Comencé así a entender la originalidad de su punto de vista sobre las sociedades prehispánicas.
Para comprenderlas, había primero que documentarse sobre su pasado. Para ello, María utilizaba minuciosa e incansablemente todas las fuentes a las que pudiera acceder: las crónicas que describieron estas sociedades a partir de testimonios orales, los archivos existentes en el Perú y en España, los estudios arqueológicos y la etnografía. El arte de María consistió en entretejer toda esta información con el trabajo de campo y reconstruir así la historia y organización de las culturas prehispánicas, no solo la incaica sino las sociedades regionales de la costa peruana, de la manera más fiel posible, sin por ello dejar de producir hipótesis creativas y totalmente originales.
Segundo, había que leer e interactuar con otros historiadores, etnohistoriadores, arqueólogos, antropólogos, sociólogos, sociolingüistas, psicoanalistas y hasta economistas como yo. El Instituto de Estudios Peruanos (IEP) le dio este marco multidisciplinario, además de su amistad con grandes académicos como John Murra, Tom Zuidema, Shozo Masuda, John Rowe, Franklin Pease, Max Hernández, Julio Cotler, Luis Millones, entre otros.
Su “Historia del Tahuantinsuyu” da cuenta de una sociedad que no era socialista ni feudal, que tuvo una organización social que emergía de grupos humanos que habitaban los Andes y sus vertientes costeñas y amazónicas, y que tenían que resolver el problema de sobrevivir y desarrollarse en un medio geográfico de gran variedad ecológica, con recursos naturales específicos y limitados, para lo cual crearon sistemas sociales jerárquicos, que llevaron a la creación del Estado inca. El trabajo acucioso de María fue revolucionario porque nos dio una comprensión más realista de nuestro pasado, alejada de la visión idealizada, mítica y añorada que habíamos heredado.
Lo más sorprendente y curioso de su itinerario como historiadora es su carácter atípico: peruana y polaca, educada en Francia, fue autodidacta y entró tardíamente a la investigación, sin pertenecer formalmente al mundo académico.
Esta combinación le permitió ser independiente de alguna escuela preexistente, tener un criterio adulto propio y ver sus temas desde dos orillas culturales.
En mi opinión, esta combinación hizo que María investigara con mayor libertad, estableciendo así su propio sello en los diversos temas sobre los que escribió tantos libros, varios de ellos trascendentales para comprender nuestros orígenes y nuestra identidad. Su “Historia del Tahuantinsuyu” es el libro de historia más leído por los peruanos, ha sido reimpreso innumerables veces, con un tiraje cercano a los cien mil ejemplares. Un caso excepcional para un país como el Perú.
Pero María no solo fue una gran historiadora, también fue una gran mujer, una gran persona, cálida, de gran sencillez y de fácil hablar. Dominaba cuatro idiomas y su frustración fue no haber podido aprender el quechua. Además, estuvo muy identificada con la misión del IEP, que es la de interpretar la tumultuosa sociedad peruana en sus diferentes etapas históricas, para ver si algún día podríamos hablar de “nuestro país” y no de “este país”. Su obra es una contribución a este propósito porque nos permite acercarnos a convertirnos en una nación que pueda comprender y aceptar su pasado compartido, lejos de mitificaciones e interpretaciones irreales. Por ello, su contribución no solo ha sido en el campo de la historia, sino sobre todo en la construcción de nuestra identidad nacional.
Hoy que ya no contamos con su presencia física, seguiremos contando con su gran legado intelectual, que nos seguirá iluminando en la búsqueda de esa nación andina que ella estudió y que hasta ahora no hemos logrado construir. Gran tarea que nos ha dejado.