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La impresionante ceremonia que se realiza esta noche está llena del más hondo significado. En lo alto de un cerro, bajo las miradas de nuestro Padre Dios y protegidos por el manto maternal de María que eleva sus manos abiertas a lo alto intercediendo por nosotros se reúne caldeada de entusiasmo una juventud ardiente, portadora de antorchas brillantes, llena el alma de fuego y de amor, mientras a los pies la gran ciudad yace en el silencio pavoroso de la noche.
Esta escena me recuerda otra ocurrida hace casi dos mil años también sobre un monte al caer la tinieblas de la noche… En lo alto Jesús y sus apóstoles, a los pies una gran muchedumbre y más allá las regiones sepultadas en las tinieblas y en la oscuridad de la noche del espíritu. Y Jesús conmovido profundamente ante el pavoroso espectáculo de las almas sin luz les dice a sus apóstoles ustedes son la luz del mundo… Ustedes son los encargados de iluminar esa noche de las almas, de caldearlas, de transformar ese calor en vida, vida nueva, vida pura, vida eterna…
También a ustedes, jóvenes queridísimos, Jesús les muestra ahora esa ciudad que yace a sus pies, y como entonces se compadece de ella… Mientras ustedes -muchos, pero demasiado pocos a la vez- se han dado cita de amor en lo alto… ¡cuántos, cuántos… a estas mismas horas ensucian sus almas, crucifican de nuevo a Cristo en sus corazones en los sitios de placer desbordantes de una juventud decrépita, sin ideales, sin entusiasmo, ansiosa únicamente de gozar, aunque sea a costa de la muerte de sus almas… Cuántos estas noche han desembocado de los ochenta o más espectáculos de biógrafo dejando allí sin pesar un dinero que no tienen para aliviar las miserias del pobre! Cuántos están derrochando en el juego cifras enormes, en casinos, tabernas, prostíbulos cuánto cieno, cuánta miseria a estas mismas horas en la ciudad que yace a sus pies, a la misma hora en que ustedes profesan aquí su fe en Cristo… Si Jesús apareciese en estos momentos en medio de nosotros extendiendo compasivo sus miradas y sus manos sobre Santiago y sobre Chile les diría: “Tengo compasión de esa muchedumbre…”.
Allí a nuestros pies yace una muchedumbre inmensa que no conoce a Cristo, que ha sido educada durante años y años sin oír apenas nunca pronunciar el nombre de Dios, ni el santo nombre de Jesús….
Yo no dudo pues, que si Cristo descendiese al San Cristóbal esta noche caldeada de emoción les repetiría mirando la ciudad obscura: Me compadezco de ella y volviéndose a ustedes les diría con ternura infinita: Ustedes son la luz del mundo… Ustedes son los que han de alumbrar a las tinieblas. ¿Quieren colaborar conmigo? ¿Quieren ser mis apóstoles?
Este es el llamado ardiente que dirige el Maestro a los jóvenes de hoy. ¡Oh si se decidiesen! Aunque fuesen pocos… Un reducido número de operarios inteligentes y decididos, podrían influir en la salvación de nuestra Patria… Pero ¡qué difícil resulta en algunas partes encontrar aún ese reducido número! Los más se quedan en sus placeres, en sus negocios… Cambiar de vida, consagrarla al trabajo para la salvación de las almas, no se puede, no se quiere…
Pero ustedes, mis queridos jóvenes han respondido a Cristo que quieren ser de esos escogidos, quieren ser apóstoles… Pero, ser apóstoles no significa llevar una insignia en el ojal de la chaqueta, no significa hablar de la verdad, sino que vivirla, encarnarse en ella, transubstanciarse -si se puede hablar así- en Cristo. Ser apóstol no es llevar una antorcha en la mano, poseer la luz, sino ser la luz… Ser delegado de la luz en estos abismos -como dice en una de sus cartas Claudel-, iluminar como Cristo que es la luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo
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