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A principios del siglo XIX existía la falsa idea de que las complejas substancias orgánicas que integran los animales y las plantas -los azúcares, las proteínas, las grasas, etc.- sólo podías obtenerse de los seres vivos, pero que era completamente imposible crearlas por vía artificial. Se consideraba completamente imposible sintetizar esas substancias en el laboratorio, pues se creía que solamente podían originarse de los organismos vivos con el concurso de una fuerza especial, a la que se daba el nombre de “fuerza vital”. Pero los numerosos trabajos realizados en los siglos XIX y XX por los investigadores dedicados a la química orgánica echaron por tierra ese prejuicio. Hoy día, utilizando los hidrocarburos y sus derivados más simples como material básico, podemos obtener por vía química substancias tan típicas de los organismos como son los diversos azúcares, las grasas, numerosos pigmentos vegetales, como la alizarina y el índigo, substancias que dan color a las flores y a los frutos, o aquéllas de las que depende su sabor y aroma, los diferentes terpenos, las substancias curtientes, los alcaloides, el caucho, etc. Ultimamente se ha logrado sintetizar incluso cuerpos tan complejos y de tan extraordinaria actividad biológica como las vitaminas, los antibióticos y algunas hormonas. Vemos, pues, que la “fuerza vital” ha sido totalmente desalojada del campo científico, quedando plenamente demostrado que todas las substancias que entran a formar parte de los animales y de los vegetales pueden, en principio, ser obtenidas también fuera de los organismos vivos, independientemente de la vida.
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