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Historia de la Torre Maravillosa
El sol de la mañana brillaba sobre las torres de Toledo, cuando don Rodrigo, el último rey godo, salió fuera de la ciudad
seguido por numerosos cortesanos y caballeros. La comitiva serpenteó por las vueltas del camino hasta divisar una singular
torre cilíndrica, de gran altura y magnificencia, construida sobre una enorme roca.
Don Rodrigo y sus cortesanos llegaron al pie de la torre, cuya entrada estaba cerrada por una maciza puerta de hierro. El
rey se aproximó al portal y ordenó a los viejos guardianes abrir la puerta. Los ancianos retrocedieron espantados.
- ¡Ay Majestad! –exclamaron-: ¿deseáis acaso soltar los duendes de esta torre para que sacudan la tierra hasta sus
cimientos?
- Pase lo que pase, estoy resuelto a descubrir el misterio de esta torre. Quitad esos cerrojos.
Los ancianos, aterrorizados, obedecieron. Pero antes de que el último cerrojo cediera del todo, recomendaron de nuevo
al rey que reflexionara:
- Cualquier cosa que esté en la torre es aún inofensiva y yace atada bajo un poderoso hechizo. No os arriesguéis a abrir
una puerta que puede derramar un torrente de males sobre la Tierra.
Encolerizado, el monarca tocó la puerta de hierro y ésta se abrió balanceándose lentamente, como si girase de mala gana
sobre sus goznes. El rey ordenó que se encendieran antorchas y penetró en el interior de la torre. Aunque era de corazón
intrépido, avanzaba con temor y vacilación.
Tras recorrer una corta distancia, entró en una espaciosa cámara en la que había una mesa de alabastro primorosamente
labrada. Sobre la mesa encontró un cofrecillo de oro, en cuya tapa aparecía esta inscripción: “Este cofre guarda el misterio
de la torre.
Sólo un rey puede abrirlo. Pero… ¡que se guarde de hacerlo!, porque los maravillosos secretos que contiene serán
precursores inmediatos de su muerte”.
Don Rodrigo abrió el cofre y sacó la tela de lino que contenía. Al desdoblarla, vio dibujadas en ellas figuras de varios jinetes
de fiero aspecto, armados con sables y ballestas y tocados con turbantes y albornoces a la usanza árabe. Encima de estas
figuras aparecía escrita la siguiente leyenda: “¡Imprudente monarca, contempla a los hombres que te arrojarán del trono
y subyugarán tu reino!”. ¡Un Mejor Futuro para los Jóvenes!
El rey se turbó y retrocedió espantado. Entonces, las figuras comenzaron a moverse y se levantó del lienzo un ruido
semejante al de un tumulto marcial, con el estrépito de las trompetas, el relincho de los caaballos y los gritos de un ejército.
A continuación, el lienzo comenzó a agrandarse y extenderse como si fuera una enorme bandera, hasta ocupar todo el
recinto. Las vagas e indefinidas figuras se agitaron aún más y el estrépito y el bullicio se hicieron cada vez más furiosos.
Apareció después un gran campo de batalla, donde cristianos y musulmanes iniciaron un mortal combate. En la sala
retumbaba el trote de los corceles, el toque repentino de los clarines y el redoble de mil tambores, mezclados con el
entrechocar de espadas, mazas y hachas. Los cristianos se acobardaron ante el enemigo y los infieles arremetieron contra
ellos, derrotándolos completamente. Don Rodrigo no quiso ver nada más y se precipitó fuera del fatal salón, seguido por
sus aterrorizados acompañantes.
Sostienen los ancianos y los escritores de tiempos pasados que la violación del secreto de esta torre, anunció la pérdida
del reino godo.
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