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A nadie le gusta abordar el tema de la xenofobia, pero en Perú existe y se sufre en dos aspectos bien diferenciados: la xenofobia interna y la externa.
En general, se diría que, a los naturales, sobre todo de las ciudades grandes, no les agrada la presencia de extraños, sean o no peruanos.
La violencia de Sendero Luminoso en los ochenta provocó el desplazamiento de los habitantes de la sierra. Trajeron a Lima su cultura, su gastronomía, sus modos de ser, lo que desagradaba a los limeños. “Cholo” o “serrano” se convirtieron en improperios, y fue tal la situación, que el Estado tuvo que imponer normas de corte constitucional contra la discriminación.
Los extranjeros no se quedan atrás. Un estudio de opinión pública reseñado en el diario El Comercio en abril de este año indica que 67 % de los limeños desaprueba la inmigración de venezolanos, 54 % considera que aumentan la delincuencia en el país y 46 % piensa que fomentan el desempleo o le quitan puesto de trabajo a los peruanos.
Es una situación que a diario se vive en el Perú, sobre todo desde la mirada del ciudadano, cuya visión respecto a este tema se tamiza con la difusión negativa de los medios amarillistas (los más leídos del país) y la magnificación en redes sociales.
Dificultades de interacción y planificación
La interacción diaria con las personas suele ser difícil en Perú. En los mercados populares te suben los precios adrede al ver que no eres de aquí, o que tu dejo al hablar no es de por estos lados.
En dos ocasiones y mercados diferentes, dos señoras me atacaron por ser venezolana. Una me envió de nuevo a mi país y la otra sencillamente me agredió porque “las venezolanas vinieron a robarse nuestros maridos”, insultos incluidos.
Pero lo más álgido fue cuando me matriculé en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos para cursar un posgrado. Como uno de los requisitos era una entrevista, llegué y me senté al lado de un señor quien, al mirarme, me preguntó: «¿Eres chilena?». «No», le respondí. Acto seguido me preguntó mi procedencia, y como no tengo razones para negarlo solté mi «soy venezolana» con sonrisa como bonus. “Ah, ¿o sea que en Venezuela también hay académicos?”.
La verdad no quise entender la pregunta y respondí que sí, que a Perú no solamente han emigrado los delincuentes con los que suelen disfrutar los medios de comunicación divulgando morbosamente, sino también hemos emigrado gente de bien, desde personas muy humildes y poco instruidas hasta, sí, intelectuales y académicos.
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