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l Estado, no solo las empresas privadas, debe tomar responsabilidad en reconocer los pasivos ambientales que han dado lugar a los conflictos sociales y ser más proactivos en su prevención y resolución.
Escrita por Jorge Adrianzén Prato. Ya se nos hace usual escuchar y leer cotidianamente la escalada social que vive nuestra querida patria.
La más resaltante de este último trimestre ha sido el conflicto social de Pichanaki/Pluspetrol, que llevó a la cantada y nada inesperada renuncia del Ministro de Energía y Minas.
Sin embargo, me permito hacer una deliberación, teniendo como eje central de esta reflexión el conflicto social de Pichanaki que, preciso, aún no está solucionado y continúa en plena vigencia, pudiendo alcanzar un mayor nivel que nadie desea--violencia y pérdida de vidas humanas--si es que no se toma y afronta con la debida responsabilidad y, sobre todo, oportunidad.
Adicionalmente, hay que tener muy presente que estamos ya entrando en un proceso político muy intenso en el que el país va a ser recorrido y azuzado por cuanto oportunista, caudillo y político uno se pueda imaginar.
Dicho esto, cabe precisar que Pichanaki es una ciudad, no es una comunidad campesina, como tampoco una comunidad indígena. Esta ciudad está ubicada en unos de los enclaves cocaleros más recalcitrantes, vive en una constante ausencia de Estado y autoridades, lo que da un marcado desorden y caos. Pichanaki viene siendo liderada por seudo caudillos y oportunistas de momento que se mueven a sus propios intereses económicos y ahora buscan una oportunidad política para lanzarse a la palestra.
Esto es obvio, pues para Pluspetrol la ciudad de Pichanaki no era una zona de desarrollo u explotación, simplemente era su área logística: allí no se habían llevado a cabo ni desarrollado trabajos mayores.
En sana y lógica consecuencia, para alguien ajeno a estas lides, asume que Pluspetrol sí ha estado llevando a cabo actividad extractivas en Pichanaki y consecuentemente sí ha contaminado ríos y consecuentemente el medio ambiente.
Al haber quedado Pichanaki relegada y olvidada por el Estado, pues como queda dicho, se encuentra en zona de selva, se ha visto que el Estado, al momento de acudir a tratar de calmar la asonada de violencia, la ha mantenido como cualquier otra comunidad campesina de costa, olvidando o desconociendo que sus problemas son diametralmente distintos a los de la costa, sierra centro, sierra sur e inclusive el altiplano peruano. Las raíces de los problemas sociales entre una región y otra son absolutamente distintas, así como sus costumbres, tradiciones y creencias. Si realmente se quiere tomar con responsabilidad el conflicto en ciernes, hay que ir a la raíz del mismo, estudiarlo, analizarlo y no quedarnos únicamente en lo que ahora, hoy, se exhibe, pues el remedio que se aplique puede ser muy distinta a la enfermedad que esconde y el desenlace totalmente desconocido.
Históricamente la zona de selva ha sido marginada, olvidada, dejada de lado. El Estado no ha ingresado ni se ha preocupado de lo que allí suceda, pues nunca la integraron a los diversos programas de desarrollo. ¿Motivos? Podrán ser muchos, pero no es el caso analizarlos ahora.
Esta sostenida ausencia de Estado, que se da hasta el día de hoy, ha llevado a que en dicha zona se gesten y arraiguen diversos grupos que realizan actividades y negocios contrarios y reñidos con la ley. Por ello, a estos grupos les favorece y beneficia de manera directa que el Estado se mantenga ausente, pues de haber legalidad, control y autoridad, se acaban sus beneficios y negocios.
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