1Continúa tú la historia, para que tenga un final, inventado por ti. Puedes decir qué hizo el protagonista cuando vio a Víctor Vidal, quién era Víctor Vidal o cualquier otra cosa que te inventes. Este final debe tener al menos 15 líneas. La primera torre no tenía ninguna casa cerca ni siquiera un simple chamizo, así que, tras asegurarme bien, me encaminé a la segunda. Tuve que dar un rodeo. Mi coche no era precisamente un todo terreno. Mientras me aproximaba a ella, pensé que me había equivocado, porque el paraje parecía más bien desierto y apartado de todo núcleo habitado. Fue una simple apreciación. Al rebasar un grupo de árboles secos, con la línea de la autopista recortada sobre mi derecha, divisé lo que estaba buscando y, esta vez sí, el corazón se me paralizó en el pecho. Cerca de la enorme torre de alta tensión había una especie de casa o chabola o como pudiera llamarse, construida con ladrillo, adobe y restos de otros materiales, con un techo de metal, brillante, construido con varias planchas superpuestas . Detuve el coche con más aprensión aún y esperé unos segundos para que mi respiración se normalizara debidamente. Cuando creí estar a tono con la responsabilidad que me había arrojado sobre mis hombros, salí del vehículo y me encaminé a la casa. Lo primero que descubrí fue que la puerta estaba cerrada y por dentro. Llamé con los nudillos, quedamente. Nada. La segunda vez lo hice más fuerte. —¡Eh! ¿Hay alguien ahí? El mismo silencio. No me rendí y di la vuelta por la derecha. La edificación no era muy grande, por lo tanto, alcancé la parte posterior en un par de segundos. En mi camino solo pasé por una ventana y estaba cerrada. En cambio la de la parte de atrás estaba abierta de par en par. Vacilé. Si entraba allí, por médico que fuese y por investigador que me sintiese, podía ser acusado de allanamiento de morada o de ladrón. Si Víctor Vidal estaba dentro, era capaz de saltar encima de mí y apalearme, y si aparecía mientras yo estaba dentro de su casa, quizá acabase con un disparo entre los ojos. Miré a derecha e izquierda, impresionado por mis malos augurios y, tras convencerme de que estaba, solo y que nadie reparaba en mí, porque no había nadie cerca que pudiera hacerlo, metí un pie al otro lado del alféizar y de un salto me colé dentro [...] La ventana por la que acababa de entrar daba a una especie de sala atiborrada de trastos de todo tipo [....] Me detuve en el centro de la estancia, sorprendido por dos cosas. La primera, el mal olor que lo invadía todo aunque ignoraba su origen. La segunda, el hecho de que la puerta que daba al exterior estuviese cerrada por dentro y con un candado. Víctor Vidal estaba allí. Estuve a punto de irme, realmente acobardado, pero me detuve. Había dos puertas en uno de los lados y ninguna de ellas estaba cerrada, sino medio abiertas ambas. Caminé en dirección a la primera y metí la cabeza dentro. Había una cama revuelta y poco más, salvo más montañas de objetos de variada índole y un enjambre de moscas zumbonas. Hice lo mismo con la segunda puerta, que daba a una habitación oscura y sin ventanas, y entonces, con la luz que entraba por la puerta abierta, descubrí el cuerpo de un hombre, caído en el suelo. Allí, sobre él, las moscas eran una legión. Comprendí el origen del mal olor al momento. Me arrodillé a su lado, le tomé el pulso, y su frialdad, así como el rigor mortis que lo tenía más tieso que una vara, me indicaron que debía llevar muerto varios días.
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