Con el último pedazo de pan, Tom King limpió de su plato el último rastro de gachas y masticar lento y meditabundo el bocado resultante. Cuando se levantó de la mesa, sintió que lo oprimía la inconfundible sensación del hambre. Sin embargo, era el único que había cenado. Los dos niños, en la otra habitación, habían sido enviados a la cama más temprano para que olvidaran que no habían comido. Su mujer no había probado bocado y sentada en silencio lo observaba con ojos solícitos. Era una mujer delgada y fatigada de la clase obrera, aunque en su rostro no escaseaban las señales de una antigua bonitura. La harina para las gachas se la había prestado la vecina del frente. Sus últimas dos monedas las había gastado en comprar el pan.
Tom King se sentó junto a la ventana en una desvencijada silla que crujió lastimera bajo su enorme peso. Se puso mecánicamente la pipa en la boca y hurgó en el bolsillo de su abrigo. La ausencia de tabaco le hizo tomar conciencia de la inutilidad de su acción y con el CEÑO fruncido por su olvido guardó la pipa. Sus movimientos son lentos, casi pesados, el volumen de sus músculos parecía ser una carga demasiado grande para él. Tenía un cuerpo sólido, impasible, y su apariencia no padecía de ser excesivamente amable. Sus toscas ropas eran viejas y deformes. El cuero de sus zapatos estaba demasiado debilitado para aguantar la remonta que no era precisamente reciente. Y su camisa de algodón, barata, de dos chelines a lo sumo, tenía el cuello deshilachado y unas manchas de pintura imposibles de lavar. Pero era su rostro el que anunciaba de manera inconfundible quién era él. Era el rostro de un típico boxeador que peleaba por dinero: uno que había prestado largos años de servicio en los cuadriláteros, y gracias a eso había adquirido y moldeado todas las cicatrices de una bestia de combate. Era una expresión claramente intimidante y su rostro estaba perfectamente afeitado para que ninguno de sus rasgos pasara inadvertido. Sus labios eran desdibujados y le daban un gesto rígido a su boca, como si fuera el resultado de una cuchillada. Su mandíbula era agresiva, brutal, voluminosa.
1. El tema del anterior texto es: *
1 punto
a. El miedo que genera un viejo boxeador a su esposa y a sus hijos.
b. La descripción de la pobreza en que vive un viejo boxeador.
C. La costumbre de que, cuando no hay dinero, solamente pueden comer los mayores.
d. El sacrificio que hace una mujer para darles de comer a sus hijos.
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Con el último pedazo de pan, Tom King limpió de su plato el último rastro de gachas y masticar lento y meditabundo el bocado resultante. Cuando se levantó de la mesa, sintió que lo oprimía la inconfundible sensación del hambre. Sin embargo, era el único que había cenado. Los dos niños, en la otra habitación, habían sido enviados a la cama más temprano para que olvidaran que no habían comido. Su mujer no había probado bocado y sentada en silencio lo observaba con ojos solícitos. Era una mujer delgada y fatigada de la clase obrera, aunque en su rostro no escaseaban las señales de una antigua bonitura. La harina para las gachas se la había prestado la vecina del frente. Sus últimas dos monedas las había gastado en comprar el pan.
Tom King se sentó junto a la ventana en una desvencijada silla que crujió lastimera bajo su enorme peso. Se puso mecánicamente la pipa en la boca y hurgó en el bolsillo de su abrigo. La ausencia de tabaco le hizo tomar conciencia de la inutilidad de su acción y con el CEÑO fruncido por su olvido guardó la pipa. Sus movimientos son lentos, casi pesados, el volumen de sus músculos parecía ser una carga demasiado grande para él. Tenía un cuerpo sólido, impasible, y su apariencia no padecía de ser excesivamente amable. Sus toscas ropas eran viejas y deformes. El cuero de sus zapatos estaba demasiado debilitado para aguantar la remonta que no era precisamente reciente. Y su camisa de algodón, barata, de dos chelines a lo sumo, tenía el cuello deshilachado y unas manchas de pintura imposibles de lavar. Pero era su rostro el que anunciaba de manera inconfundible quién era él. Era el rostro de un típico boxeador que peleaba por dinero: uno que había prestado largos años de servicio en los cuadriláteros, y gracias a eso había adquirido y moldeado todas las cicatrices de una bestia de combate. Era una expresión claramente intimidante y su rostro estaba perfectamente afeitado para que ninguno de sus rasgos pasara inadvertido. Sus labios eran desdibujados y le daban un gesto rígido a su boca, como si fuera el resultado de una cuchillada. Su mandíbula era agresiva, brutal, voluminosa.
1. El tema del anterior texto es: *
1 punto
a. El miedo que genera un viejo boxeador a su esposa y a sus hijos.
b. La descripción de la pobreza en que vive un viejo boxeador.
C. La costumbre de que, cuando no hay dinero, solamente pueden comer los mayores.
d. El sacrificio que hace una mujer para darles de comer a sus hijos
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cual es la respuesta de cada una