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Cada Semana Santa, por las calles de nuestros pueblos y ciudades cruzan al compás de tambores y cornetas los pasos de pasión. No es difícil encontrar detrás de cada Cristo en sus diversos misterios, su correspondiente acompañamiento mariano. Ella va detrás, con o sin palio, sumida en su dolor y amargura. El corazón traspasado, pero ella de pie; su lívido rostro cuajado de lágrimas mientras dirige a todos los que la contemplamos a su paso, aquel lamento bíblico que parece fue escrito para ella: “Vosotros los que vais por el camino, decid si no hay dolor mayor que mi dolor” (Lm 1, 12).
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