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Pero necesario es recordar que antes de culminar su mandato, López había anunciado una “pausa” en la “revolución en marcha” desde diciembre de 1936, debido a la enorme oposición que encontró, y no sólo entre los conservadores, sino en una significativa porción del propio liberalismo, los grandes empresarios y terratenientes, y buena parte de la jerarquía católica.
Discusión histórica
Históricamente, lo que hizo Santos fue implementar su propia pausa, la “gran pausa”, aunque en economía resultó intervencionista y no acabó con ninguna de las disposiciones de su antecesor; más bien, les dio un cauce. Asimismo, durante este cuatrienio se fortaleció a la Federación de Cafeteros a través del Fondo Nacional del Café, si bien, al estallar la Segunda Guerra Mundial, ante el cierre de mercados, los frutos de dicho Fondo no se vieron de inmediato.
Además, durante el gobierno de quien ha sido llamado “proveedor de convivencia”, fue creado el Ministerio de Trabajo con objeto de velar por los derechos de los asalariados.
La idea bastante difundida de que López y Santos gobernaron de manera diametralmente opuesta provino de que el primero quería como sucesor suyo al jurista de izquierda Darío Echandía; incluso se le atribuye a López el haber manifestado que Santos era instrumento de los intereses contrarios a los cambios políticos, económicos y sociales. Pero la dirección del Partido prefirió al segundo personaje, dado que el candidato que inicialmente había escogido, Enrique Olaya Herrera, otro “moderado”, falleció prematuramente. (Santos fue director de la campaña electoral de Olaya, quien presidió la República de 1930 a 1934). Por otro lado, la presunta incompatibilidad entre los dos jefes obedece a lo escrito por ciertos historiadores, como Alvaro Tirado Mejía, quien dijo de nuestro personaje que “llegó a la Presidencia con el decidido propósito de dividir al movimiento sindical”. Otro historiador, Javier Ocampo López, escribió que su mandato tuvo “carácter contrarrevolucionario”. El dirigente obrero Ignacio Torres Giraldo, lo acusó de “adormecer las fuerzas vitales del pueblo laborioso”. El sociólogo Francisco Leal Buitrago lo calificó de “representante político del antirreformismo”. Y el jurista Rafael Ballén llega a llamarlo “burgués retardatario, divisionista de la clase obrera y amorosamente dependiente de los Estados Unidos”.