De que modo se fusionaron en las ideas del autor vargas llosa, los conceptos de la ficción y realidad?
Respuestas
Respuesta:
Mario Vargas Llosa presentó ayer en la Casa de América, en Madrid, El héroe discreto, su nueva novela. En octubre se cumplirán tres años de la concesión del premio Nobel de Literatura a quien desde 1986 ostenta el premio «Príncipe de Asturias» de las Letras. El escritor fue colaborador de los institutos Cervantes de Viena y de Bruselas en las etapas dirigidas por Francisco Ferrero Campos (Ontinyent, 1943), profesor universitario en La Laguna, Las Palmas, París, Nueva York, la capital austriaca y Gran Bretaña. El universo de Vargas Llosa sirve al investigador para reflexionar sobre su legado cultural, intelectual y lingüístico.
La gran capacidad creativa de Vargas Llosa no se entendería sin su firmeza de carácter, su determinación y la tenacidad de un hombre que rechazó la bohemia. Para él, el trabajo literario no se resume a momentos de genialidad o de inspiración, de esperar la venida del «ángel», como decía García Lorca, sino de dedicación, sensibilidad y rigor. La idea del pensador uruguayo José Enrique Rodó, «un hombre es muchos hombres», es atribuible a Vargas Llosa por los cambios como persona y escritor. Por la diversidad de lugares, experiencias sentimentales y literarias tan diferentes que ha vivido que han inspirado o se han reflejado de alguna manera en su inmensa obra.
Conversación en La Catedral es una de las primeras novelas de Vargas Llosa (1969) y algo más que un hito en el derrotero literario vargasllosiano por esta frase: «Si tuviera que salvar del fuego una sola de las (novelas) que he escrito, salvaría ésta», como leemos en el prólogo del autor, en la reedición de 1998. Aunque no es un libro histórico, tiene mucho de autobiográfico por el reflejo de hechos que más le impactaron en su vida: la mala relación con su padre que abandonó a su madre cuando estaba embarazada, sus primeros pasos como periodista, su matrimonio polémico con su tía Julia... que en la novela se reflejan en el protagonista, Santiago Zavala, «Zavalita», que trabaja como redactor en «La Crónica de Lima», detesta el comportamiento de su padre, y se casa, a pesar de la contrariedad de su familia, con la enfermera Ana.
Más tarde, en 1993, en el capítulo I de El pez en el agua, titulado «Ese señor que era mi papá», cuenta Vargas Llosa que hasta que tenía 10 años creía que su padre no vivía. Él nos recuerda que todos los días, antes de dormir, enviaba un beso y le daba las buenas noches al señor de la fotografía; ese «padre» que estaba, según le decían, «en el cielo». Fue su madre, entre 1946 y 1947, quien le descubrió la verdad. Lo sacó a la calle y le dijo:
-Tú ya sabes, por supuesto (?). ¿No es cierto?
-¿Qué cosa?
-Que tu papá no estaba muerto.
Vargas Llosa intenta reconstruir esa vida llena de huecos, de vacíos desconocidos. Al fin y al cabo, si nos preguntamos para qué se escribe, por qué un autor narra, en muchos casos, y como Vargas Llosa ha dicho, «se escribe para llenar vacíos, para tomarse desquite contra la realidad, contra las circunstancias». Y Conversación en La Catedral no es sino, en parte, esa búsqueda. Con muchos de sus rasgos, algunos de los cuales él ha contado después en sus ensayos. «Y con las libertades que son privilegio de ficción», según el propio autor, pudo combinar su vida real y la fantasía. Aunque la fusión de ambas, y ciertamente diferenciarlas, no sea fácil para ningún lector. Vargas Llosa ha tenido la habilidad de conjugar esos dos elementos. Saber qué hechos son reales en la novela y cuáles añadidos o inventados no es tan importante ni en ésta ni en las otras novelas suyas. Si bien es un desafío apasionante. Porque, en definitiva, se trata de destripar un juguete, un juego de adultos al querer separar esos dos mundos que están tan unidos en Conversación en La Catedral y en el resto de sus obras: fantasía y realidad, lo acontecido y lo deseado, lo cotidiano y lo soñado.
Esta forma de narrar me ha recordado una experiencia de mi infancia. Uno de los pocos juguetes que tuve fue un caballo de cartón, grande, precioso, con el que me entretenía un día tras otro, hasta que me vino a la cabeza saber qué más era un caballo. En su barriga hice un agujerito por el que podía meter mi manita. El agujero fue agrandándose y el alma de mi caballo voló. El desencanto fue tan grande, pues con mi búsqueda yo destripé no sólo mi caballo, sino también mi infancia. Recuerdo todavía los gritos de mi madre y las advertencias de mi padre. Yo me quedé solamente con un trozo de cartón y una decepción inmensa. Tal vez aquel acto era ya un intento de separar dos mundos que están tan unidos: la fantasía y la vida de cada día.