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Como seres humanos, hemos nacido con un deseo profundo de acudir a Alguien más grande, más superior a uno mismo. A ese Alguien lo llamamos: Dios. No existe en el mundo ningún “ser” que sea capaz de obrar en la vida de hombres y mujeres tal como lo hace Dios. Piense en sus propias enfermedades, en sus propios sufrimientos, en sus propias luchas internas, en los problemas sin resolver que tiene. Por ejemplo, si alguien tiene un cáncer terminal, ¿puede curarse con todo el dinero que tiene? Si pierde una parte de su cuerpo, ¿puede ir a comprarla a un supermercado? La respuesta es obvia.
Haga memoria de ese montón de circunstancias agradables o desagradables, pero que igual, son parte de su vida. Tome conciencia de ellas. Si tiene problemas de alcohol y quiere dejarlo, si tiene un cáncer terminal y no sabe qué hacer, si tiene un novio o novia y sabe que esa relación no le conviene, si tiene unos padres que le hacen la vida imposible porque son tiranos y autoritarios, si tiene un marido que le maltrata física, económica y psicológicamente; si tiene una relación conflictiva con alguien, si tiene un maestro que le acosa, si dejó cursos y no sabe qué hacer, acuda a lo más íntimo de usted y ahí se encontrará con Aquel que sabemos nos ama sin medida.