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Ayer , centenario del nacimiento de Nelson Mandela, en todo el mundo se sucedieron los homenajes y recuerdos a la figura del político sudafricano, premio Nobel de la Paz, que dedicó su vida a combatir el apartheid, la segregación racial, y a luchar por la igualdad y la dignidad de todos los seres humanos.
En estos momentos en que proliferan en diversas partes del mundo mandatarios y políticos populistas, xenófobos, intolerantes y excluyentes, el ejemplo de la figura de Mandela cobra mayor sentido si cabe y debe ser todavía más valorado y reconocido. Como recordó Barack Obama el martes en su intervención en el homenaje a Mandela, cuando muchos dirigentes políticos apuestan por la desigualdad, esgrimen el miedo y el odio al diferente, cierran fronteras y desprecian la verdad, el legado del primer presidente negro de Sudáfrica nos recuerda que hay que mantener la lucha por una vida digna y por transformar moralmente las conductas humanas para dirigirlas hacia el bien común.
Mandela estuvo encarcelado más de 27 años por oponerse a la política racista del Gobierno supremacista blanco de Sudáfrica y al salir de prisión, y con una sonrisa en el rostro, en lugar de venganza habló de reconciliación. Fue un símbolo de la resistencia al racismo institucional y a la desigualdad social. Madiba, como le llamaban cariñosamente en su país, supo cuándo había que dar la mano al adversario. Abogado, activista político y filántropo, Mandela personifica aquellos valores por los que luchó durante toda su vida: justicia social, democracia y libertad. Fue un político de principios con un compromiso infatigable con el perdón y la reconciliación.
Gandhi, Luther King y Mandela son los tres líderes morales universales del siglo XX pero Mandela fue el único que no murió asesinado, que llegó al poder y desde esa posición acentuó los valores que había defendido en tantos años de oposición y de cárcel.
Pese a todo ello la Sudáfrica de hoy no es la que Mandela soñó. Persisten la pobreza y la desigualdad y la corrupción ha llegado a las más altas esferas del Estado. Veinticuatro años después del final del apartheid sigue habiendo una gran brecha entre la promesa de libertad y la realidad diaria de la mayoría de sudafricanos. Por eso el legado de Mandela es importante, porque sus valores y convicciones son básicos para superar la injusticia no sólo en su país sino en todo el mundo. El pensamiento de Mandela, hoy en día, no es sólo historia emocionante sino fuerza motora para reforzar el significado de conceptos como libertad, justicia e igualdad. Su legado se ha convertido en patrimonio de la humanidad
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