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El Léxico de estética, en el que ha aparecido el libro de D'Angelo, está formado por una serie de algo más de veinte títulos que dirige el filósofo Remo Bodei en Italia. Está concebida en tres secciones: una de conceptos fundamentales, otra de estética aplicada a las diferentes artes y una tercera, en la que se inserta el libro La estética del romanticismo, que atiende a los sucesivos momentos del desarrollo histórico de la disciplina. Es llamativo ya el hecho de que los ochos títulos proyectados en la primera sección, titulada Palabras clave, respondan a conceptos cuya problemática está desarrollada muy característicamente en la estética romántica: lo bello, lo sublime, lo fantástico, lo cómico, lo trágico, el gusto, el genio, la imaginación. No pretendo decir que sean conceptos sólo románticos, sino que se trata de una selección de nociones filosóficas ciertamente guiada por el discurso estético del Romanticismo y, en menor medida, de la Ilustración. La Ilustración, qué duda cabe, sigue siendo objeto fundamental de referencia en el campo de la ética, la teoría política, la epistemología y otras áreas del pensamiento, pero la mirada actual sobre los inicios de la Edad Contemporánea se fija en el Romanticismo cuando las cuestiones son de filosofía del arte. No deja de ser una dicotomía interesante, bastante en sintonía con la escisión a la que está sometido el pensamiento artístico con respecto a otros ámbitos del saber. Decididamente nos topamos con la circunstancia de que, aunque con otros muchos modelos, la reflexión sobre el hecho artístico ha tomado por guía términos de discusión prototípicos de la época de Goethe. Podríamos pensar que se trata de una constelación propia de la cultura filosófica italiana de hoy, donde destacan muchos estudiosos del período romántico, como el propio Bodei, De Praz, Givone y otros, pero el hecho es que desde muchos otros foros internacionales se toma el idealismo como objeto privilegiado de atención para la filosofía del arte. También en España ocurre, y por múltiples vías; pensemos, por ejemplo, en los trabajos de Martínez Marzoa, Duque, Villacañas, Marí, Argullol y Mas. Y explicar esta especie de concierto de intereses intelectuales no es cosa fácil, teniendo en cuenta que, para los hábitos actuales de lectura, páginas como las de Runge y Chateaubriand suenan, cuanto menos, a excentricidad. Saldar la cuestión con palabras tales como «moda», «crisis», indagación de los orígenes» u otras con el mismo carácter expeditivo, nos privaría del placer de responder con convicción. Lo que nuestra época pueda o no compartir con ese otro episodio histórico de la cultura que estudia depende fundamentalmente de lo que de él conoce y estima. Y una buena base para ese diagnóstico se lo ofrece al lector lo que aportan algunas novedades bibliográficas como las que aquí se reseñan.
Schelling es uno de los protagonistas de la literatura filosófica del romanticismo del que existe una más larga recepción en nuestro país. Y no porque podamos remontarnos a la impronta que dejó en el krausismo español, sino por ser autor repetidamente traducido en los últimos diez años. Aparte de sus escritos tempranos, anteriores a 1800, y de alguna obra clave, como su Filosofía de la mitología, aforismos y algunos escritos importantes de filosofía de la naturaleza, existen traducciones del grueso de la doctrina de Schelling. Dentro del campo de su pensamiento que, más interés suscita, la estética, ha sido traducido y comentado de nuevas su Filosofía del arte, libro póstumo constituido por las lecciones que dictó en 1802-1803 en Jena. La cuidada edición podrá servir de herramienta de trabajo en nuestra universidad. Sigue el texto establecido en la edición del hijo del filósofo, K. F. A. Schelling, Sämmtliche Werke (18561861), que es la que se sigue empleando en los trabajos académicos, y mantiene en la traducción la referencia a la paginación original. Incluye además índices de nombres y obras citadas y un léxico sumamente útil. La obra está compuesta de una sección centrada en la fundamentación de la estética y en la definición de la naturaleza del arte y de una segunda parte en la que se analizan especulativamente las diversas artes, sus formas, géneros y principales exponentes históricos. Pero no es la genealogía idealista del arte y la literatura modernos, que desarrolla esa segunda mitad, lo que destaca absolutamente la autora de la edición en sus palabras preliminares, sino el carácter paradigmático que adquiere el arte como objeto de la filosofía y su legitimación.
Bien es cierto que la introducción de López-Domínguez, que es escueta y clara, hace una presentación del conjunto de la obra. El problema central en el que nos sitúa no deja de ser, con todo, el de la relación entre la experiencia artística y el conocimiento filosófico dentro de la filosofía de la identidad, que atribuye a la actividad estética un lugar decisivo en la mediación del conocimiento filosófico.