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La voz huaca, waca o guaca (del quechua wak'a) designaba todas las sacralidades fundamentales incaicas: santuarios, ídolos, templos, tumbas, momias, lugares sagrados, animales, aquellos astros de los que los aillus, o clanes, creían descender, los propios antecesores, incluyendo a las deidades principales, el Sol y la luna, los cuales eran venerados a través de diferentes ceremonias.
Según la tradición prehispánica, las huacas poseen personalidad propia y forman parte de los panteones locales de las culturas incaica y preincaicas junto con las demás deidades «andinas mayores» —como Wiracocha, Pachacamac o Pariacaca.
La relación próxima entre el hombre andino y las huacas puede comprobarse por la gran cantidad que hay dispersas en el Tawantinsuyu, las mismas que, en algunos casos, aún en la actualidad son objeto de veneración.
Como centro religioso, las huacas son también famosas por ser el lugar donde se depositaban ofrendas. Por esta causa sufrieron varias depredaciones durante los primeros años de la conquista española de América (siglo xvi), tanto por su fama de contener tesoros, como por ser el centro de la religiosidad local en las provincias que conformaron el Tahuantinsuyo.