Aquella noche, la primera de Casanare, tuve
por confidente al insomnio.
A través de la gasa del mosquitero, en los
cielos ilímites, veía parpadear las estrellas.
Los follajes de las palmeras que nos daban
abrigo enmudecían sobre nosotros. Un si-
lencio infinito flotaba en el ámbito, azulan-
do la transparencia del aire. Al lado de mi
chinchorro, en su angosto catrecillo de viaje,
Alicia dormía con agitada respiración.
Mi ánima atribulada tuvo entonces re-
flexiones agobiadoras: ¿Qué has hecho de
tu propio destino? ¿Qué de esta jovencita
que inmolas a tus pasiones? ¿Y tus sueños
de gloria, y tus ansias de triunfo y tus primi-
cias de celebridad? ¡Insensato! El lazo que
a las mujeres te une, lo anuda el hastío. Por
orgullo pueril te engañaste a sabiendas, atri-
buyéndole a esta criatura lo que en ningu-
na otra descubriste jamás, y ya sabías que
el ideal no se busca; lo lleva uno consigo
mismo. Saciado el antojo, ¿qué mérito tiene
el cuerpo que a tan caro precio adquiriste?
Porque el alma de Alicia no te ha perteneci-
do nunca, y aunque ahora recibas el calor
de su sangre y sientas su respiro cerca de
tu hombro, te hallas, espiritualmente, tan le-
jos de ella como de la constelación taciturna
que ya se inclina sobre el horizonte.
[...] Casanare no me aterraba con sus es-
peluznantes leyendas. El instinto de la aven-
tura me impelía a desafiarlas, seguro de que
saldría ileso de las pampas libérrimas y de
que alguna vez, en desconocidas ciudades,
sentiría la nostalgia de los pasados peligros.
Pero Alicia me estorbaba como un grillete.
¡Si al menos fuera más arriscada, menos bi-
soña, más ágil! La pobre salió de Bogotá en
circunstancias aflictivas; no sabía montar a
caballo, el rayo del sol la congestionaba, y
cuando a trechos prefería caminar a pie, yo
debía imitarla pacientemente, cabestreando
las cabalgaduras.
Varias veces intenté romper el alam-
bre del telégrafo, enlazándolo con la soga
de mi caballo; pero desistí, de tal empresa
por el deseo íntimo de que alguien me cap-
turara y, librándome de Alicia, me devol-
viera esa libertad del espíritu que nunca se
pierde en la reclusión.
Por las afueras del pueblo pasamos a pri-
ma noche, y desviando luego hacia la vega
del río, entre cañaverales ruidosos que nues-
tros jamelgos, descogollaban al pasar, nos
guarecimos en una enramada donde funcio-
naba un trapiche.
¿En dónde se desarrolla la acción de este fragmen-
to? ¿Cómo son las descripciones de los lugares?
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en la noche, en un campo con rio
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