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Café amargo
La primera gran crisis que tuvo que enfrentar el país se precipitó por cuenta del fin del pacto cafetero, en 1989, que llevó al principal producto de exportación colombiano a su más profunda crisis. La liberalización mundial de este mercado, dominado hasta entonces por un cartel que mantuvo restringida la oferta para sostener los precios altos del producto, puso en evidencia que el país no se había preparado para enfrentar esas nuevas circunstancias.
El efecto de la liberalización fue la caída de los precios a niveles que hicieron insostenible la vida para muchos cafeteros, quienes cayeron en la pobreza.
Lo que puede resultar más frustrante es que, aún hoy, más de 25 años después, el país sigue discutiendo el futuro de la caficultura. Las continuas crisis fiscales del Estado, que afectaron las ayudas para los caficultores, así como el cambio climático, que golpeó la productividad de los cafetales, ha sido una mezcla letal que mantiene en vilo a estos productores.
Esto es lo que explica que los caficultores, representados por el movimiento de Dignidad Cafetera, hayan venido impulsandoprotestas en los últimos años para buscar reivindicaciones justas, pues su situación de vulnerabilidad se ha venido complicando. Desafortunadamente el futuro de uno de los sectores tradicionales del agro y las exportaciones colombianas sigue en vilo, pues aún hoy se está pensando cuál es la reforma necesaria para que este sector vuelva a la prosperidad.
Todos en la banca
En 1999 se precipitó la mayor crisis económica que haya sufrido el país en su historia, con una caída en su producto interno bruto cercana a 4,5%. Esto originó enormes problemas con el sector financiero que tuvo que ser reestructurado. Bancos vendidos –como Bancafé y Banco del Estado– o intervenidos –como Granahorrar–, hogares que entraron en condición de pobreza pues no tuvieron cómo seguir pagando las elevadas cuotas del crédito hipotecario y entidades públicas sobreendeudadas fueron los actores de este drama.
Lo positivo es que el país aprendió la lección y, gracias a un sistema de reacción liderado por el Fogafín, la Superintendencia Financiera y el Banco de la República, se contuvo el tamaño de la crisis y se salvó el sistema financiero. Aun así, el país tiene que seguir vigilante, pues el sistema financiero tuvo una transformación en estas dos décadas que significó, primero, consolidaciones que llevaron el número de entidades de 138 que había en 1995 a menos de 50 actualmente. Además, la banca colombiana ha aumentado su presencia en mercados internacionales, lo que la hace más sólida, aunque ahora vulnerable también a las movidas no sólo del mercado local, sino también de otros como el centroamericano. La crisis financiera de finales del siglo es un episodio que el país no puede repetir y, por eso, es necesario mantener las alertas frente a todos los indicadores del sector.
La casa en el aire
Una de las facetas más complejas de la crisis económica de fin de siglo fue la pérdida en los hogares colombianos por cuenta de la debacle hipotecaria. Según los cálculos de la Asociación Nacional de Instituciones Financieras (Anif), la crisis hipotecaria le costó al país 2 puntos del PIB, que es inferior a la que se ha registrado en otros países, pero importante si se tiene en cuenta el impacto social por la cantidad de personas a las que la pérdida de su vivienda mandó a la pobreza.
De acuerdo con este centro de estudios, lo que nos heredó tal crisis fue el impuesto del 4 x 1.000; el miedo a endeudarse para adquirir vivienda, lo que afectó la bancarización y, finalmente, una tradición de fallos judiciales con profundo calado acerca de temas económicos.
Actualmente el sector hipotecario apenas está empezando a reaccionar, impulsado por una agresiva política de subsidios que busca ofrecerles soluciones de vivienda a las personas de escasos recursos. La pregunta que queda en el aire es qué tan sostenible es esta política, cuando el país está enfrentando enormes dificultades fiscales. Es necesario normalizar las condiciones de mercado para que el sector hipotecario vuelva a mostrar el auge del que disfrutó en la década de los 70 y los 80.