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Las especies suelen presentar patrones de distribución discontinuos producidos por la variación espacial de las condiciones ambientales que determinan la calidad de
sus hábitats. Además, el régimen natural de perturbaciones (?gaps? producidos por la caída de grandes árboles, corrimientos de tierra, inundaciones, incendios,
huracanes, etc.) da lugar a cambios continuos en la estructura del territorio generando un paisaje heterogéneo (Hansson et al., 1995). No es este parcelado natural, sin
embargo, el que preocupa desde una perspectiva conservacionista, sino su atomización adicional por causa de la acción humana. Una imagen muy familiar, por
ejemplo, es la destrucción y fragmentación de los bosques por la expansión de cultivos y pastizales (Fig. 1), o la eliminación de los terrenos agrícolas en beneficio de
las áreas urbanas. En todos estos casos, las especies de los hábitats en retroceso ven mermar el territorio disponible a la vez que se enfrentan a una creciente
atomización de sus poblaciones. Este proceso es tan antiguo como la expansión agrícola de la humanidad, solo que ahora se ha intensificado por una capacidad
tecnológica que no conoce barreras. De esta forma, el hombre ha alterado en su propio beneficio la mayor parte de la tierra emergida útil (Loh y Wackernagel, 2004). No
ha de extrañar, por tanto, que la reducción y fragmentación de los hábitats naturales o semi-naturales de nuestro planeta, con su secuela de pérdida de especies, esté
considerada como una de las amenazas más frecuentes y ubicuas para la conservación de la biodiversidad (Turner,1996; Fahrig, 2003).
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