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El el tratado de América del Norte (TLCAN) ha sido un medio para adaptar la economía mexicana a las grandes corrientes de la globalización. En consecuencia, la apertura comercial, las desregulaciones y la "reforma del Estado", es decir la reducción de su perímetro, han liberado las fuerzas del mercado en todos los dominios, de implantaciones industriales a la ordenación del territorio. Una de las consecuencias indeseables ha sido el empeoramiento de los desequilibrios regionales y de la fractura norte-sur del país. Aunque hay quien ha creído que la "mano invisible" del mercado y de las fuerzas modernizadoras iba a allanar las diferencias y promover cierta homogeneización territorial, el tratado no ha permitido el reajuste de las zonas deprimidas.