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Aracataca, Cartagena y Bogotá son tres etapas de la ruta que recuerda la vida del escritor y premio Nobel colombiano. Una evocación literaria y perdurable que invita a desandar caminos conocidos y no tanto en la tierra del Caribe y el café.
“El Caribe es una región en la que se da una perfecta simbiosis –o se da más claramente que en otras partes del mundo– entre el hombre, el medio natural y la vida cotidiana. Viví en un pueblo olvidado de la selva calurosa en la ciénaga caribeña de Colombia. Allí, el olor de la vegetación descompone los intestinos. Es una realidad en la que el mar tiene todos los azules imaginables, los ciclones arrastran las casas por los aires, los pueblos subsisten bajo el polvo y el calor invade todo el aire respirable. Y en medio de ese mundo existe además la fuerte influencia de las mitologías traídas por los esclavos, mezcladas a la mitología de los indios del continente y a la imaginación andaluza. Eso ha producido un espíritu muy peculiar, una visión de la vida que da a todo un aspecto maravilloso, y que aparece en mis novelas. Es el lado sobrenatural que tienen las cosas, una realidad que, como en los sueños, no está regida por leyes racionales”. Las palabras de Gabriel García Márquez sobre su país natal, el que inspiró sus grandes obras maestras, vuelven una y otra vez cuando se recorren los lugares que fueron testigos de su vida y la creación literaria en Colombia.
Donde todo empieza
Varias “rutas turísticas” invitan a conocer ese legado y en todas está Macondo, que es en realidad Aracataca, un pueblito situado a 80 kilómetros del Caribe y al que llegar es una aventura en sí misma: es que hay 861 kilómetros y 16 horas de viaje desde Bogotá… Una “aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas”, la definió el novelista. Allí se levantan la Casa Museo Gabriel García Márquez, la estación ferroviaria y la Iglesia San José de Aracataca, escenario de su bautismo. Sus lectores más agradecidos no dejan de realizar los paseos a pie que recorren los lugares favoritos de “Gabo”, entre anécdota y anécdota, descubriendo cada secreto del lugar donde el premio Nobel ambientó Cien años de soledad y La hojarasca. Y por supuesto los nombres que lo evocan sin cesar, como Billares Macondo o Refresquería La Hojarasca.
A la idea o a la vuelta, el otro alto será siempre Bogotá, la capital, donde las autoridades turísticas colombianas presentaron un mapa con las huellas de García Márquez (aunque el escritor admitiera que siempre se sintió allí extranjero y prefería huir apenas pudiera). Sin embargo, allí en Bogotá publicó en 1955 La hojarasca, su primera novela; allí se recorre el Parque de los Periodistas Gabriel García Márquez; y el Centro Cultural homónimo le rinde permanente homenaje. También el Museo Nacional, que se visita tanto para ver obras de Botero como la mayor colección iconográfica de Simón Bolívar, suele exponer objetos relacionados con la carrera del escritor, como cuando llevó a sus vitrinas el traje que visitó García Márquez al recibir el premio Nobel. Y nadie se va sin su foto junto al gran mural de 15 metros que retrata al novelista en la Carrera Décima y Avenida Jiménez. O sin recordar las palabras con que evocó tiempos pasados en Bogotá: “Mi diversión más salaz era meterme en los tranvías de vidrios azules que por cinco centavos giraban sin cesar desde la Plaza de Bolívar hasta la Avenida de Chile, y pasar en ellos esas tardes de desolación que parecían arrastrar una cola interminable de muchos otros domingos vacíos”.
El alma en el Caribe
Pero lo cierto es que es en Cartagena de Indias donde parece brotar el legado y el espíritu de García Márquez. El sello cultural de la ciudad y la riqueza de su arquitectura, consagrada por una declaración patrimonial de la Unesco, se suman a la casa donde vivió el escritor para convertirla en una suerte de monumento a su memoria. La mansión es una vivienda particular: solo se puede ver por fuera, pero no hay quien deje de indicarla al pasar al pie de las murallas que rodean el centro histórico cartagenero. Y no hay quien deje de visitar el patio central del Claustro de la Merced, donde desde hace pocos años descansan las cenizas de García Márquez
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