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Los científicos afirman que cuando las ballenas se alimentan a grandes profundidades y vuelven luego a la superficie para respirar, alteran la columna de agua, lo que permite expandir nutrientes y microorganismos. Además, el hierro y el nitrógeno de su orina y excrementos sirven como fertilizantes para el plancton.
Muchas ballenas se desplazan a grandes distancias para aparearse, llevando esos nutrientes con ellas; incluso su placenta puede aportar importantes materias primas para otros organismos.
Las ballenas muertas también son de gran ayuda. Cuando una ballena muere, su cuerpo se hunde hasta el fondo del mar, sirviendo de alimento para un ecosistema único de carroñeros, algunos de los cuales no existen en ningún otro sitio.
Por otra parte, los pescadores comerciales llevan décadas quejándose de que las ballenas se comen los peces que intentan pescar. El gobierno japonés ha llegado incluso a afirmar que son una amenaza para la industria, justificando su caza.
Román, en cambio, discrepa: «Es mucho más complicado. En nuestro análisis señalamos varios estudios que demuestran que hay más peces en un ecosistema con ballenas».
El siguiente paso, en su opinión, es llevar a cabo más estudios, pues podrían ayudar a los científicos a entender con mayor precisión cómo el plancton y otros organismos responden a su presencia.