como eran los equipaje de los inmigrantes​

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Respuesta dada por: adrianasa200208
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Algunas maletas surgen como algo repentino que sorprende hasta a uno mismo. Para otros es un proyecto largamente ansiado, pero a la vez considerado imposible de concretar y satisfecho hasta el momento sólo en fantasías. Algunos bártulos viajan llenos de anhelos de descubrir nuevos horizontes, nuevas experiencias, otras formas de cultura, quizá tienen algo de acceder a lo prohibido o lo idealizado.

Algunos equipajes se arman entre lamentos que contemplan la despedida que se avecina, que entre lágrima y lágrima se van despidiendo de lo imposible de transportar (aromas, seres queridos, vivencias imposibles). Otros bultos se van llenando a toda prisa como casi sin pensar, como una huida a toda carrera que evita contemplar lo que rodea y pronto a dejarse. A veces los viajeros van con maletas preparadas por otros, unas estrictamente ordenadas y otras con lo primero que estaba a mano, tal vez como huyendo de lo conocido experimentado como malo o perjudicial, dirigiéndose hacia lo desconocido sentido como bueno o mejor.

Equipajes hechos a medida

«Me marcho y no pienso en la vuelta

tampoco me apena lo que dejo atrás

sólo sé que lo que me queda

en un solo bolsillo lo puedo llevar».

Los equipajes son tan diversos como distintos emigrantes existen. Hay maletas más realistas y valijas más despistadas, hay algunas de la ilusión y otras más ligadas al paraíso del ideal. Pero, como todo equipaje nunca es suficiente, algo queda olvidado, perdido en la travesía, inadecuado a la necesidad impensada. ¡Ay si el emigrante llevara un bolso mágico a lo Mary Poppins!  Que compacto en su interior transportara su habitación entera sus discos de colección, libros y la tía cebando mate. Pero no, todo no entra en la valija que luego se convertirá en maleta o Der Koffer o The bag o valise.

No es lo mismo maletas que surgen luego de resolver cuestiones -alquileres o ventas de propiedades, finalizar una carrera o un proyecto, celebrar una boda, un divorcio o un nacimiento- a viajar con asuntos pendientes o delegados a otros. En un intento defensivo a evitar contactar con las emociones de ¿rabia?, ¿incomodidad?, ¿tristeza? pudiesen despertar por ejemplo, mostrar la propia casa a personas desconocidas que pudiesen convertirlo en su hogar.

De un modo u otro la maleta se va llenando de ilusiones, de fantasías y de expectativas de nuevas posibilidades. ¡Ojo! que hablo del equipaje del emigrante, que no es el mismo necesariamente que el del refugiado que se le impone viajar con lo puesto intentando salvaguardar su vida con algún tesoro fotográfico en el bolsillo. O la del exiliado que no tiene tiempo ni a despedidas, que es expulsado de su propio hogar y le es arrebatado el sueño de un futuro retorno.

Los sentimientos que acompañan la maleta

Según los psicoanalistas León y Rebeca Grinberg, los sentimientos -no siempre conscientes- que aporta quién parte frente a su grupo de pertenencia pueden ser manifestaciones de: liberación, persecución, culpa y pérdida. Los de su grupo -tampoco necesariamente conscientes- frente a éste: pena, resentimiento, culpa y envidia. Y los del nuevo entorno que puede recibir al recién llegado como intruso, con rechazo y desconfianza o con grados variables de aceptación y esperanza también a veces no del todo conscientes.

Algunas maletas no siempre llegan a ser despachadas, no sólo por los impedimentos externos que regulan o limitan la migración, sino también por los conflictos aferrados a lo familiar y seguro, que en mayor o menor grado, existen en todas las personas. Y quienes deciden emprender la aventura deben atravesar un difícil proceso de elaboración con inevitables fluctuaciones hasta llegar a tomar la decisión de partir, más allá de las razones externas o internas válidas para llevarlo a cabo y la sensación de capacidad de tolerar el cambio que supone emigrar.

Para emigrar se necesitan apoyos para concretar la decisión  y hacer frente al enfado y críticas de quienes se quedan y serán abandonados: amigos, vecinos, colegas, parientes. El mundo empieza a dividirse entre quienes alientan, incentivan e incluso envidian al que se irá y los que objetan descalifican, deprimen y angustian. Para ello es muy frecuente magnificar los defectos del lugar a dejar en la búsqueda de justificaciones para partir, y a la vez exagerar los encantos de nuevo lugar. Pero tales emociones o fantasías pueden invertirse pasando con facilidad a despertar sentimientos contradictorios.

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